miércoles, 14 de octubre de 2009

LOS DIARIOS DEL SITIO DE MELILLA DE 1774-75, DIAS 16 AL 19 DE MARZO 1775

Día 16
ANONIMO.- Diario…
Entre 6 y 7 de la mañana en que se hace la descubierta de esta Plaza, se notó algún movimiento en los campamentos y de haber quitado la tienda del Emperador y estar abatiendo todas las de su guardia, como igualmente la de dos círculos de los gran guardia que cubre la playa, y después de haberlas recogido y cargado en sus acémilas, llevando delante de algunas de estas, se puso en marcha un trozo de ejército de caballería e infantería que compondría el número de cuatrocientos a quinientos hombres y en su centro el Rey de Marruecos, a cuyo tiempo siguiendo a este los de más equipajes con su tropa de custodia dirigiéndose hacia la laguna o albufera que llaman, en donde formándose en círculo hicieron alto como cosa de tres cuartos de hora, y luego de haber cargado dos lanchas que les estaban esperando en aquella orilla y haberse estas internado en la laguna, volvieron a seguir su marcha por el camino de Mazuza (el mismo por donde vino este ejército que se ha visto el 3 de diciembre) los que, trasponiendo las faldas del cerro del Caramús, se perdieron de vista a las 11 del día.
Entre una y dos de la tarde, a cubierto de dichas faldas, dieron dos o tres descargas, y al mismo tiempo pusieron bandera de paz en el cerro de las Forcas y, correspondiendo la Plaza, se aproximó al rastrillo de los huertos bajos el moro Amar, alcayde de este campo , con la solicitud de permitir el General de esta Plaza reciba al Secretario de Estado y al Embajador que vino a la corte de España en el año 1767 para los tratados de treguas enviados de aquella corte, para el tratado de asuntos interesantes a ambas coronas. Concedida esta gracia, entraron en los huertos bajos dos enviados en donde los recibió nuestro General y Gobernador, y de resultas de una gran sesión, que se redujo a solicitar la amistad de nuestro Católico Monarca, se retiraron bajo la palabra de cesar las hostilidades, levantando del sitio y volver la respuesta de su soberano sobre lo acordado por conducto del alcayde Amar.

(Hubo, según Loaiza, 20 bombas)

Por nuestra parte se les hizo, hasta aquella hora del armisticio, un fuego lento, sin que por esto cesasen los trabajos de las minas y fuertes con la actividad acostumbrada.

LOAIZA.- Diario…
Llegase anoche el artillero catalán al fuerte del Rosario, para hablar con el renegado su amigo en presencia del caballero Gobernador y un capitán catalán, que quisieron escuchar la plática. A las doce se retiró el Gobernador viendo que no aparecía aquel, pues no vino hasta las tres de la mañana, y el de acá le dijo que había puesto en conocimiento del Gobernador cuanto entre los dos se había hablado y que dicho señor le había empeñado su palabra de honor de indultar, en nombre del Rey, a él ya cuantos con él se viniesen; oído lo cual por el renegado respondió : “pues los compañeros que se han de pasar conmigo no están aquí, me pasaré yo solo, y desde ahí los llamaré.” Iba, en efecto, a echarse al foso, cuando cargaron sobre él los moros y se lo llevaron. Dios le asista.
Nos había revelado anoche un confidente que se estaba esperando en el campo un gran tren de artillería de batir para abrir brecha, y 30.000 moros con ella de refuerzo, pero cuanta no fue nuestra sorpresa esta madrugada al ver que habían desaparecido de aquellos montes la mezquita, baño, regalada, cocina, tienda del Emperador y otras muchas tiendas, notando que en los sitios en donde habían estado colocadas aquellas había candelas en que sin duda quemaban las maderas, espartos y otros efectos que solo sirven de estorbo a los campamentos en marcha. Vimos que en una cañada se formaba un grupo considerable de caballería y que en medio de ella marchaba una litera volante conducida por dos mulas, una delante y otra detrás, presumiéndonos que en ella iría el Emperador. Salieron a las llanadas del Caramús como 30.000 moros de infantería, los que, con la caballería formada en cuadros, se alejaban por la Restinga y por encima de la casa del Renegado que fue por donde entraron, tomando el camino de Mazuza, que es pueblo – capital de las kábilas de este campo, situado al trepar la sierra del Caramús. Tienen en este pueblo los moros cátedra de Alcorán, por lo que la Alarbia y otros partidos llaman a sus naturales los estudiantes.
Presenciamos también que tenían en la laguna el lanchón o grullo y que en él metieron a hombros los marineros tres o cuatro personajes y algunos cajones donde supusimos iría el Tesoro y los vestidos del Emperador y que los llevarían embarcados hasta ponerlos del río allá.
Al salir el Emperador de su tienda hicieron sus baterías una descarga general. Fueron después poco a poco alzando tiendas, de suerte que de siete campamentos que al frente teníamos, solo quedaron cinco muy mermados.
Fuése este cuerpo de ejército como vino, muy bien formado, pero sin el honor del triunfo, con muchas banderas verdes, amarillas y carmesíes, a más del pendón en la gallinería. Tardaron en desaparecer de nuestra vista hasta la una del día, hora en que repitieron la descarga general que fue, sin duda, con pistolas, pues nada se oyó ni se vio sino el humo de la pólvora. Fue, a nuestro entender, esta salva señal convenida para que los que se habían quedado en el sitio arriaran la bandera roja del asta grande y enarbolasen en su lugar otra blanca de paz. Coronáronse nuestras murallas de gente, y atraídos por la novedad llegaron a la Cortina Real los caballeros General y Gobernador, los cuales dispusieron que en nuestra torre de Santa Bárbara se correspondiese con otra bandera de paz, por ver lo que se les ofrecía decir.
Entonces sí que fue el descolgarse moros por aquellas explanadas, ramblas y vegas; pero para que se vea la ruindad y miseria de estos cafres, se esparcieron por las inmediaciones, cogiendo las balas con tal ansia que no parecía sino que solo apetecían la paz por esta causa.
Pusiéronse nuestras tropas sobre las armas y la artillería cargada con metralla, con orden de que, si tirasen los moros un solo tiro, se les ahuyentase a balazos.
Bajaron nuestros jefes al rastrillo de los huertos y se colocaron en un tamborete que está a la derecha de la torre de Santa Bárbara. Tres compañías de granaderos tomaron todas las troneras de suerte que no hubo resquicio que no estuviese guarecido; hasta las caponeras del fuerte de San Miguel, estacadas, etc.
Puestos ya los jueces con el intérprete y otros oficiales en su lugar, se vio venir un moro a caballo sobre un potro tordillo haciendo mil escaramuzas y seguido de inmensa multitud de los suyos. Tan luego como llegó a una trinchera que se llama ataque del Martillo, se advirtió que mandaba detener a su séquito y se dejó venir con cuatro peones, moros del campo, que se conocían serlo por los albornoces negros con que venían vestidos, pues los del ejército los usan blancos. Cuando llegó al pie de la muralla se vio que era el alcaide de aquel campo, Amar. Después de algunas ceremonias dijo: que el
Emperador ya no estaba en el campo, pues había partido aquella mañana dejando a sus generales ciertos encargos que comunicar, por lo que si se les daba licencia para ello, iría él a decirles que viniesen. Diósele y tardó algo en volver porque los moros andaban a pelotones alrededor suyo, bien para saber nuestra respuesta, bien para resolver el modo de dar su embajada.
Se dejaron, por fin, venir cinco moros en caballos muy briosos; dos de ellos morcillos, uno pío, otro alazán y un tordillo, con cinco peones que les calaban los acicates. Llegaron, por último, el alcaide, los generales y el secretario Samuel Sumbel y un vicesecretario que era el que montaba el pío, joven como de 24 años, muy buen mozo y el mejor portado de todos. Traía un gran turbante a la turquesca y un juboncillo de raso liso blanco con mil alamares de oro, estrellas a trechos, manga ajustada con muchos botones pequeñitos de oro de filigrana (estos y los del pecho estaban eslabonados y muy unidos entre sí), una banda que servía de cinto embutida en lucidísimas y brillantes piedras preciosas y, pendiente de ella, el tajan, gumía y pistolas. El calzón era largo y también de raso liso blanco, con medias y babuchas de seda encarnadas , trayendo sobre todo un finísimo albornoz azul, siendo lo más particular de todo que hablaba el castellano como nosotros y se conocía ser muy ladino. Este no hizo papel entre los demás y solo se entretuvo en hablar con nuestros oficiales fuera del rastrillo, en unión del alcaide Amar.
De los tres que entraron en el rastrillo, los dos traían albornoces blancos, tan sumamente finos que transparentaban el tahalí de damasco verde guarnecido de franjas de oro que llevaban debajo chinelas pajizas de seda. El tercero vestía albornoz morado, con ropa interior muy fina, y todos tres usaban manga abierta y ancha.
De los dos primeros, el uno era muy serio y respetuoso y, aunque lo disimulaban, se veía que los demás le hacían la corte, de lo que colegimos era personaje de pro, y supimos después ser el príncipe Muley Maimón. Estos dijeron, señalando al tercero, que era un viejo mal carado; “este es el camarada de Carlos, el sultán de España. En efecto, era Sidi Ahmed El Gazal , que estuvo de embajador en Madrid. No se dio a entender que se había conocido al príncipe por no hacerle los honores.
Sacaron dos cartas, una de ellas impresa, y leída que fue, se vio era la respuesta que dio nuestro soberano a la declaración de guerra del marroquino, publicada en el suplemento primero de la Gaceta; la otra estaba concebida en términos casi análogos. Enterado nuestro General , les dijo: ¿y bien , que quiere decir esto?. Respondieron que el Sultán Carlos tenía la culpa de la guerra. Que ellos no habían venido con intención de hostilizarnos, sino con la de sujetar a los moros de aquel campo, pero como la Plaza les hizo fuego, se pusieron en defensa. Estas y otras razones tan sofísticas como estas seguían diciendo, hasta que, cansado nuestro Comandante General de oír tantos desatinos y mentiras tan mal urdidas, les contestó: si veníais a sujetar a los moros del campo, ¿por qué trajisteis bombas? ¿por qué nos bombardeasteis el primer día? ¿por qué el segundo venísteis a pedir las llaves?. No hallando con que contrarrestar a tan manifiestas verdades, cambiaron de táctica y dijeron: que el tratado de paz establecido no hablaba con los presidios menores y así que este sitio no era otra cosa que la continuación de la guerra siempre seguida en aquella costa. Por último, aseguraron que el Emperador no quería enemistarse con su primo Carlos, a quien apreciaba mucho y tenía vivos deseos de abrazar, por lo que le escribiésemos no intentase poner sitio a sus plazas, que él desde entonces juraba no hacerle jamás daño. En prueba de que sus promesas eran leales, quería darle una satisfacción, devolviéndole por Ceuta los diez cautivos que en el sitio le habían hecho, así como los de una embarcación española que había dado al través en Larache, la cual mandaba también devolver al instante, encargando a los jefes de aquella fortaleza morisca tratasen bien a los cristianos y no tocasen a su cargamento, consistente en azúcar y cacao.
Contestó nuestro General que nada podía hacer en el asunto, porque tenía órdenes muy terminantes de nuestro soberano para hacerles la guerra; pero que concedería una tregua ínterin daba parte a la corte de lo acaecido, pero que tuviesen entendido y lo hiciesen así comprender a sus subordinados, que no se pusiesen a tiro ni saliesen de sus ataques porque les haría fuego. A todo se convinieron ellos y dijeron que dentro de dos días traería el alcaide Amar una carta del Emperador para que se la remitiesen al sultán Carlos.
Mientras estos señores conversaban, estaba fuera del rastrillo el capitán Manso hablando con el moro joven y buen mozo que dije tenía trazas de ser muy ladino. Se preguntaron por sus respectivos empleos, y el moro dijo era comandante de bombarderos; entonces Manso le manifestó que tenía igual empleo entre nosotros y empezaron a tratarse de compañeros llegando, tras los cumplimientos de costumbre, a trabar conversación acerca de las causas del sitio. Dijo Manso: ¿Por qué si queríais la paz nos habéis bombeado esta mañana? -Porque ya eran las últimas que teníamos y quisimos tirarlas antes de desmontar los morteros- ¿Y cuantas habéis tirado?- Ocho mil y ochenta que trajimos. Siguieron así en su plática y después de algunos rodeos vino a confesar el moro que su Emperador había recibido el día anterior un pliego en el que le decían tenía sus plazas sitiadas y conjuradas contra él tres potencias: España, Francia y Holanda.
Dedúzcase ahora: no tira más porque no tiene más que tirar y se va porque reclama su presencia otra parte que le tiene más cuenta. ¿Qué tal? Hemos sabido que este morito era un oficial del regimiento de Zamora pasado desde Ceuta y renegado por añadidura.
Concluidos que fueron los razonamientos, se retiró cada cual a su puesto, previniendo el alcaide Amar a los suyos que no saliesen de los ataques acá, so pena de la vida.
La Plaza queda con custodia más que suficiente, por si intenta esta canalla hacer alguna de las suyas.

CAVALLERO.- Diario…
Desde que empezó a amanecer hemos visto que en el campamento del emperador estaban abatiendo su tienda y demás de él, a cuya operación, después de amanecido, han seguido haciendo lo mismo en otros tres campamentos, al paso que liaban e iban cargando sus tiendas y equipajes en acémilas, después de lo cual han formado una columna como unos 2.000 hombres de infantería y otros 2.000 de caballería, emprendiendo sin detención su marcha hacia la Laguna, por el mismo camino de Mazuce y Casa del Renegado por donde había venido el ejército a esta invasión.
Al llegar frente de la Laguna hicieron alto el tiempo preciso para embarcar en un lanchón o cárabo, que estaba prevenido, una porción de gente que se dice son los heridos y enfermos más imposibilitados, con quienes marchó el barco por la Laguna arriba y la columna por el citado camino, a cuya hora, que serían las 9 de la mañana, nos disparó el campo una descarga de 9 bombas, que, con 11 que había arrojado ya antes de amanecer, componen el número de 20, único fuego de este día.
Desde la última descarga dicha notamos en el campo una total suspensión de fuegos, trabajos ni otro movimiento alguno, hasta la una de la tarde en que pusieron bandera de Paz, y correspondiéndole la Plaza con igual bandera, suspensión de fuegos y toda la guarnición sobre las armas, llegaron a uno de los rastrillos del huerto, entre San Plaza con su fuerza ha sido porque desde ella se le empezó a hacer fuego conforme acampó con el Ejército en sus cercanías.
A esto fueron reconvenidos de nuestro General y Gobernador por el Intérprete con públicas pruebas de su infundada producción, y sin manifestarse convencidos terminaron la embajada, repitiendo que volverán pasado mañana con pliegos de su Emperador para Nuestro Rey Carlos en solicitud de la Paz y buena Armonía, y en prueba de esta realidad ya estaba acabando de desmontar la artillería de sus baterías y dada orden rigurosa para que de ningún modo se adelantaran más trabajos ni se ofenda a la Plaza y su guarnición, esperando igual buena correspondencia por nuestra parte, como en efecto se la ofreció este General y Gobernador, con tal que además de cesar toda hostilidad, no han de pasar tampoco de sus ataques hacia la Plaza, pues en ese caso se les haría fuego, y conformes en este pacto se retiraron llevándose de ambas partes a debido efecto el resto del día.

MIRANDA.- Diario…
Hoy amaneció el temporal un poco menos fuerte, y al romper el día notamos que las divisiones de la derecha y centro del campamento enemigo comenzaban a abatir tiendas y decampar, siendo de las primeras la tienda, mezquita, caño, recreo y cocinas del Emperador. A las 8 de la mañana tenían ya concluida esta maniobra y marchaba el Emperador cubriendo la vanguardia con una gran comitiva de oficiales y un cuerpo de seis a ocho mil hombres (la mayor parte caballería) formados en tres columnas con 16 magníficos estandartes de damasco carmesí, verde y amarillo, que dirigían su marcha hacia la Restinga, camino de Mazuza (lugar principal de este distrito y capital de una de las más famosas cabilas de este campamento). Toda la mañana ha continuado saliendo de los campamentos camellos, mulas cargadas de bagajes, etc, habiendo últimamente puesto fuego a las barracas y maderos que subsistían en dichos campamentos.
Esta novedad causó excesivo gusto en toda la guarnición, persuadiéndonos seguirían inmediatamente las demás divisiones del centro llevando la artillería, e izquierda que manda el infante cubriendo la retaguardia; pero no siguieron estos al Emperador subsistiendo en los mismos puestos que ocupaban.
Las baterías enemigas hicieron fuego sobre la Plaza ínterin que salía el Emperador, y a las 2 de la tarde pusieron estos bandera de paz en la batería de morteros que está en el cerro de la Horca. Inmediatamente se poblaron todos sus ataques y trincheras de moros a cuerpo descubierto, entregándose a la confianza bajo el fuego de nuestra fusilería, manifestando deseos de que se les correspondiese, y acercándose cada vez más a los fuertes exteriores, tanto que fue preciso amenazarles con el fusil para que se contuviesen en sus trincheras.
A las 3 mandó nuestro General se les correspondiese con otra bandera en la torre de Santa Bárbara, a cuya señal ocurrió infinita gente hacia la Vega, Alburramada (¿Albarrada?), Ataque Seco, Puntilla, etc., habiendo pasado el General y Gobernador con dos compañías de granaderos a tomar la banqueta de la muralla de los huertos hasta el rastrillo que llaman Bandera de Paz, adonde ocurrieron el Embajador que el año 67 estuvo en Madrid, el general de la Caballería, el de Artillería y Alcaide de este campo Amar suplicando se les permitiese hablar con el General de la Plaza. Inmediatamente mandó este se les abriese el rastrillo y entraron con gran ceremonia, manifestando con razones sofísticas y que solamente aludían a disculparles, que nuestro Soberano había proclamado la guerra y no su Emperador, para cuyo efecto presentaban el Manifiesto nuestro de la Declaración de la Guerra, y una carta del Ministro Marqués de Grimaldi, pretendiendo satisfacer con estos papeles los justificadísimos cargos que nuestros jefes les hacían. Pero concluyeron diciendo que el Emperador apetecía la paz y que mientras el príncipe Carlos viviese la querrían conservar. Pues aún pensaba ir él mismo por embajador a Madrid. Que para prueba de que él no había roto la guerra no había puesto sitio a Ceuta; que esta Plaza siempre había estado en guerra y que para qué le hicimos fuego cuando se presentó aquí (Cotéjese esta proposición con la de haber pedido las llaves de la plaza al principio del sitio). Que el Emperador había marchado camino de Argel, donde le era preciso ocurrir, asegurando que los cautivos que tenía nuestros, tanto los que apresaron en esta bahía, de los que murieron dos, como los que tomaron en una embarcación que varó en las costas de Larache, los mandó al convento que tenemos en Mequinez muy bien tratados. Que mañana o pasado traerían unos pliegos del Emperador para nuestro Soberano, a fin de que se dirigiesen por aquí a la Corte, a donde iría un embajador para que tratase estos asuntos; suplicó que en el ínterin cesasen las hostilidades hasta que llegase la resolución de Madrid, lo cual se les concedió de nuestra parte con la condición de que no habían de mover una piedra de sus ataques, ni aumentar sus trabajos en ninguna manera; pues si esto sucedía, o que hiciesen fuego contra la Plaza, cesaría la buena fe y comenzarían de nuevo las hostilidades, en cuyo supuesto se retiraron con muestras del mayor agradecimiento. Suplicó se les permitiese retirar la artillería de sus baterías y haciendo observar la más exacta subordinación y orden en lo tratado a sus gentes, conservando su bandera de paz toda la tarde, sin embargo de que nosotros la retiramos poco después de haberse separado.
En la conversación particular que con varios oficiales el general de bombardeos (pues habla muy bien el español) al tiempo de la bandera de paz, dijo este que las bombas conducidas al campo por el Emperador y que se arrojaron sobre la Plaza eran 8.080, y que los muertos por nuestro fuego llegaba a los 1.400 hombres, y que inmediatamente retirarían su tren de artillería para marcharse con el ejército.

MIR BERLANGA, FRANCISCO.- “MELILLA HOY” (D. 7-7-1987).
En referencia al artículo Avance Moro a Melilla en 1775. Un nuevo episodio en el Sitio de Melilla:
Folio 21 del Libro 7 de Defunciones.
Comenzó el sitio del Emperador de Marruecos contra esta Plaza de Melilla el 9 de diciembre de 1774 y levantó dicho sitio, habiendo tirado más de 9.000 bombas y 5.000 cañonazos, el día 16 de marzo de 1775, habiendo quedado la Plaza vencedora.

(Cuatro heridos, según Loaiza)

Día 17
ANONIMO.- Diario…
En todo este día decamparon dos de sus círculos que compondrían el número de unos 1.000 hombres de infantería y caballería, y se vieron conducir de sus baterías ocho morteros y algunos cañones a la casa del Cabo de Amarán de este campo, a dos leguas al sur de esta Plaza, en cuya casa quedan almacenados, y se discurre también toda la demás artillería para contener la multitud de moros que acudían a la inmediación de la Plaza, aunque sin armas, obligándoles al retirar, a fin de que no saliesen de los límites de sus ataques, con sus guardias para contener todo exceso que pudiera causar alguna inquietud a la Plaza, pero se observó una grande moderación, y que el objeto de aquella turba de moros, moras y niños eran naturales de este campo, movidos de la curiosidad y estimulados del hambre a pedir con grandes clamores un pedazo de pan.

EXTRACTO DE LAS PRINCIPALES OPERACIONES
El día 17 de dicho mes marchó la división del Príncipe y el Parque, por el mismo camino (que el Emperador)…

LOAIZA.- Diario…
El teniente de Artillería D. Antonio López, que se encontraba de guardia en la Cortina Real, mandó esta madrugada un parte preguntando si el saludo que se había ordenado hacer de dos cañonazos lo haría o no con bala; se le contestó que sin ella.
En su vista tuvieron ya los moros más libertad y las moras de los contornos se dejaron venir con sus hijos a ver sus maridos y parientes. Una de estas se acercó al fuerte de la Victoria pidiendo una limosna por Dios, y érase de ver a nuestros soldados saltando de alegría al ver que los sitiadores pedían limosna a los sitiados y echarles desde los fuertes infinidad de panes, galletas y dinero, habiendo quien les tiró la ración del día y se quedó sin comer por el placer de socorrer al enemigo. Tanta, en fin, fue la confianza que les inspiramos y en tan gran número se dejaron venir h hacia nosotros que fue forzoso pasar orden a los comandantes de los fuertes para que se hiciese fuego al que se acercase, y que el intérprete recorriese la línea llamando a los cabos del campo e intimándoles que retirasen a los suyos si no querían tener desgracias. Obedecieron estos la orden en el instante, llevándose atados a los más remisos, y unos y otros, desde nuestras respectivas posiciones, nos estamos mirando como unos tontos.
Un moro se llegó al fuerte de San Miguel y dijo: “Cristiano, yo ser segundo alcaide del campo y el Emperador mandar a mí que cortar cabeza a todo moro que andar cerca de muralla tuya; tu tirar con bala a moro si no jacer caso.”
Vimos que formaban patrullas entre ellos para impedir se acercasen, y cuando alguno trataba de burlar la vigilancia de aquellas nuestras balas les cortaban el paso. Nada basta, sin embargo, para estorbar que se acerquen sin armas por el gusto de hablarnos y hacer mojigangas.
Todo el día han estado ocupados en retirar su artillería, y era cosa digna de verse aquellos cordones de moros en dos hileras, vestidos de blanco, tirando de los morteros, que parecían comunidad de frailes mercedarios los del Rey y los del campo trinitarios descalzos, pero con tan perfecto parecido que cualquiera, sin estar en antecedentes de los que son, los confundiría.
Todos los cabos del ejército son negros y su distintivo consiste en un bastoncillo delgado que llevan. Los artilleros, y casi la mayor parte del ejército, son también negros.
Opina este caballero Comandante General que esta paz no debe ser aceptada por nosotros, puesto que ellos la piden ahora por su utilidad. Ellos rompieron las hostilidades sin motivo y cometieron la avilantez de poner en su manifiesto que no dejarían las armas hasta extirpar el nombre cristiano, diciendo que nunca volverían la espalda, porque los musulmanes saben vencer o morir. En fin, la tregua era de seis meses y ellos la han roto a los veinte días, por cuyas razones y otras que omito ha dispuesto este jefe que, pasados los dos días prometidos y si no han traído la carta que dijeron, se les haga fuego.
Absorbe hoy la atención de estos oficiales el pensar quien será el que corra la posta a Madrid para llevar los pliegos de lo ocurrido. No falta quien se las prometa felices creyéndose el agraciado. Otros designan tal o cual sujeto para el desempeño de tan importante comisión. Sin embargo, algunos sabemos confidencialmente que quien va es D. Francisco Roca, sargento mayor del regimiento de la Princesa, capitán graduado de teniente coronel y caballero del Hábito.

CAVALLERO.- Diario…
Desde las 6 y media hasta las 8 de la mañana batieron tiendas y se dispusieron para marchar como otros 4.500 hombres de infantería y caballería que ocupaban dos campamentos, y formados en columnas sucesivamente con sus equipajes, siguieron a la de ayer por el mismo camino de Mazuce dejando ya toda la artillería desmontada en el campo con lo restante de su ejército y prosiguió la suspensión pactada.

MIRANDA.- Diario…
En este hemos visto descampar dos divisiones del centro a las 10 de la mañana, cuyas tropas siguieron la misma marcha que las del día antecedente.

Documento personal de Miranda
Día 18
ANONIMO.- Diario…
Subsisten acampadas las 2ª y 3ª división del ejército sitiador, pero sin aproximarse a las trincheras a excepción de algunos sin armas, y sus patrullas para contener todo desorden.
Entre doce y una volvió el mencionado Embajador con el pliego de su soberano que entregó abierto a este General para nuestro Rey, con afectuosas expresiones y unos deseos de una paz sólida con España, y que dentro de dos días se retiraría el resto del ejército con toda la artillería y pertrechos de guerra.

EXTRACTO DE LAS PRINCIPALES OPERACIONES
En el día 18 retiraron alguna parte del Tren de Artillería.

LOAIZA.- Diario…
Llegó el confidente Amar con la noticia de que el Emperador se había ido. No ha traído otra más verdadera desde que le conocemos, aunque huela a rancia.
Hízose el saludo de la diana con salva sin bala, tirándoles nuestros fuertes de cuando en cuando algún que otro tiro de fusil para que se retirasen, por estar el campo poblado de ellos cogiendo proyectiles.
Con toda confianza se acercaban a nuestras murallas, se bañaban en el mar y se ponían a conchar (¿escuchar?) misa a nuestra vista. Esta operación se reduce a ponerse el albornoz por la cabeza y, mirando al mar, ponerse de pie y hacer su oración; después se hincan de rodillas, besan el suelo con prontitud y se sientan; vuelven a hincarse de rodillas, a besar el suelo y a sentarse; se ponen de pie de nuevo y, repitiendo estas ceremonias catorce veces, se acaba la misa, advirtiendo, que si alguno, desde la última misa que dijo, ha incurrido en pecado del sexto, debe purificarse antes yendo al río y lavándose las pudendas.
Pusieron esta tarde bandera de paz en el ataque del Martillo, y trajeron dos cartas del Emperador para que se las remitiesen a su primo Carlos. Los generales que las traían dijeron a nuestro General que su Emperador las mandaba sin cerrar para que pudiese este enterarse de su contenido, a lo que contestó el jefe de la Plaza que no haría tal, y que así irían a Madrid. Viendo, pues , la firmeza de este general le pidió encarecidamente Sidi Ahmed el Gazal se interesase con el rey de España para que admitiese la paz, que el Emperador lo estimaba de todo corazón y prometía ser su más leal amigo durante toda la vida; que ya no había artillería en el campo ni la veríamos jamás por estos contornos y, por último, que diéramos memorias de su parte al marqués de Grimaldi, conde de Ricla y a los amigos.
Como durante el sitio han sido muy poco cruzadas estas inmediaciones, se han criado muchas liebres y conejos, y hemos tenido muy buenos ratos viendo a los moros como galgos correr tras ellos por estas ramblas, pillándolos a diente por no permitírsele llevar armas. También hemos cogido nosotros algunos camaleones y erizos.
Hoy han concluido los moros de transportar sus tiendas.
Una bala de fusil que se tiró de la torre de Santa Bárbara un moro que estaba del lado de acá del arroyo del ataque del Río, lo mató. Vinieron a llevárselo otros de su partido y no solo no se enojaron por la muerte de su paisano sino que vino el alcaide inmediato a la torre y dijo: que no dejásemos de hacer fuego a todo el que se acercase, pues el tenía orden de su Emperador para cortar la cabeza a todo aquel de los suyos que hiciese o hablase mal al cristiano, y para que lo creyésemos al primero que cometiese un delito de estos lo traería y decapitaría a nuestra vista.
De una cañada que hay detrás de la Puntilla han salido multitud de moros conduciendo escalas.
Ha manifestado hoy el señor Gobernador que el ejército sitiador ascendía a 75.000 hombres de tropas regulares, y 25.000 de las kábilas cercanas.
Las bombas que nos han arrojado son 8.080 de a 12 pulgadas, y 120 de a 15. Nos han echado también muchas granadas reales, más de 3.000 balas de cañón y un sin número de fusil.
Se nos vino un renegado y se nos fue un soldado de Nápoles. Nos cautivaron diez. Nos hicieron 105 muertos y 584 heridos, como se verá en el plano siguiente.
Nos arruinaron las casas, iglesias y almacenes, y han causado al Rey Nuestro Señor muchos millones de gastos.

CAVALLERO.- Diario…
Continuó la misma suspensión y después de medio día (precediendo la debida bandera de paz y demás formalidades correspondientes) vino el citado embajador, con el Alcalde de este campo, a entregar el pliego ofrecido para nuestro Católico Monarca, repitiendo al General y Gobernador de esta Plaza, que de todos modos quiere su Emperador la amistad de Nuestro Rey y que no tengamos recelo alguno, ni aun de los moros de este campo, pues el Emperador su Amo establecía aquí una gran guardia de su ejército para sujetarlos, con orden rigurosa a su Alcaide de que se le corte la cabeza al que haga la menor hostilidad contra la Plaza y su guarnición, con lo que se retiraron, y esta noche se ha hecho a la vela un barquillo que conduce a España los pliegos para Nuestro Soberano a cargo del Sargento mayor del Regimiento de la Princesa D. Juan Roca .

Señor:
“Llegó el día de noticiar a Vuestra Excelencia que ya nuestras reales armas han quedado tan gloriosas como Su Majestad lo deseaba, de cuya satisfacción me cabe el poder creer he cumplido con el encargo que se me cometió y acreditado con esta experiencia lo mismo que antes de ella informé sobre el asunto.
Los mismo enemigos confiesan que su contrarresto no han sido las fortificaciones ni fuegos superiores de la Plaza, pues para esto tenían competente oposición, y que el principal freno para haber contenido su designio, ha sido el insoportable progreso de nuestras minas, con el cual operaban tan tímidos que no se consideraban seguros en ataques, trincheras ni aún baterías, y a la verdad, por los planos que remitiré a Vuestra Excelencia en la primera ocasión, reconocerá ha sido tan fundado su terror por esta parte como de admirar el adelantamiento que en ella hemos hecho desde primero de este año, pues de todo lo anterior solo había un hornillo y una fogata de algún servicio; y como este adelantamiento se debe particularmente al desvelo, eficacia, serenidad y admirable aplicación de los cuatro ingenieros que bajo mi dirección han atendido al esmero de su trabajo al mismo tiempo que a todas las demás obras, reparaciones y preservativos que se han hecho para la defensa, lo expongo a Vuestra Excelencia en cumplimento de mi obligación por si le parece hacerlo presente a Su Majestad en solicitud de la gracia que su piedad se dignase concederle por este particular y distinguido mérito sobre los que tienen ya anteriormente.
Nuestro Señor guarde la Excma. Persona de VE. muchos y felices años.
Melilla, 18 de marzo de 1775
Excmo. Sr.
Beso la mano de VE.
Su más atento servidor
Juan Cavallero
Exco. Sr. Conde de Ricla

MIRANDA.- Diario…
Al amanecer se puso toda nuestra guarnición sobre las armas, ínterin se hacía la descubierta, y no se notó más novedad que la de estar el campo y trincheras del enemigo cubiertas de la misma multitud de gente que el día antecedente, presentándose sin armas, con la mayor confianza, bajo los fuegos de nuestra fortificación, según lo estipulado el día anterior en la suspensión de armas que se les acordó ínterin venía la resolución de la corte.
A la una del día repitieron la bandera de paz para hablar con los jefes de la Plaza, y recibidos por estos con la correspondiente precaución entraron a la parte interior del rastrillo el Embajador que hemos citado anteriormente y al alcaide Amar quienes entregaron un pliego abierto de su Emperador para nuestro Soberano, suplicando al general nuestro se sirviese leerlo para que, mejor instruido de lo que solicitaban, intercediese también (junto con toda la guarnición ) a fin de que Su Majestad el Rey de España les concediese , bajo cualquier condición, la paz que tanto deseaban. Y al despedirse aseguraron a nuestros jefes que, inmediatamente concluyesen de retirar su artillería, marcharía el resto del ejército sin que quedase en el campo más que la guardia suficiente a contener las hostilidades que los moros habitantes de este campo pudiesen intentar en perjuicio de la Plaza contra lo estipulado últimamente; y dirigiendo la voz (el citado Embajador) hacia el alcaide dijo: “Ti alcaide Amar responderás con tu cabeza al Emperador de la menor hostilidad que los moros de este campo hagan a los cristianos”, manifestando igualmente que habían ya salido postas del Emperador al campo de Alhucemas y el Peñón para que cesasen igualmente todas las hostilidades con aquellas Plazas.
Él mismo entregó una carta para el ministro de Estado Marqués de Grimaldi, repitiendo que su soberano quería la paz eternamente, y también había encargado saludase de su parte a toda la guarnición por el valor con que se había portado.
Por la noche llegó el confidente confirmando las noticias antecedentes por oídas generalmente en todo el campo, añadiendo que habían mandado cesar todos sus trabajos, puesto pena de la vida al moro que se atreviese a cometer el menor insulto contra la Plaza, por lo cual les habían prohibido llevar armas de ninguna especie .
Él mismo dijo que el Infante Muley Maimón había estado en la bandera de paz del día 16 disfrazado bajo el traje de uno de aquellos generales que concurrieron. (45)

FERNANDEZ DE CASTRO.- El sitio de Melilla… P. 98
(45) En este día recibió sepultura el cabo de la segunda compañía del segundo batallón de segundo regimiento de Infantería ligera de Cataluña D. Raimundo Cabellera, que había sido herido gravísimo el 23 de febrero de 1775 de casco de bomba.


Día 19
ANONIMO.- Diario…
Levantó el resto del campo el ejército sitiador, dirigiendo su marcha por el mismo camino que la primera división, dejando toda su artillería en la nominada Casa de Amarán, con una pequeña guardia para su custodia, ejercitándose también en patrullar el campo.

EXTRACTO DE LAS PRINCIPALES OPERACIONES
El 19 decampó la división última, que era casi toda la de Caballería, llevándose el resto de su Artillería que ocupaba la Rambla detrás de San Francisco, estando al mando del Infante Mulay Mahimont.

LOAIZA.- Diario…
Llegó el 19 de marzo y fue preciso que el Sargento Mayor de la Princesa, comisionado para llevar al Rey, por la posta, la fausta noticia de que el marrueco había vuelto la espalda, se embarcase en una lancha porque no había en este puerto, hacía ya días, buque de más porte; pero se volvió al cabo de unas horas porque el temporal le impedía navegar. Como estuvo esta lancha algún tiempo fuera del cabo de Tres Forcas luchando con las olas, ocurrió que un paquebot francés y un jabeque que traían cal de transporte de esta Plaza desde Cartagena, la vieron dirigirse a tierra y sospecharon, así por la pequeñez del barquillo como por el sitio en que estaba, si sería alguna embarcación moruna que les huía porque venían dos. Recelosos ya, siguieron sus aguas y, montando el cabo, advirtieron que no había en esta ensenada embarcación alguna. Dirigieron su vista al campo del moro y notaron que tampoco había campamentos en la rambla de la Puntilla. Se fueron aproximando poco a poco y no viendo ni oyendo hacer fuego dan por seguro que los moros se han apoderado de la Plaza. Sin embargo, no distinguiendo en esta bahía buque alguno sospechoso, continuaron acercándose hasta ponerse fuera del alcance de los cañones. Entonces reconocieron la bandera española y llegaron a sus oídos las voces de los cristianos que los llamaban, lo cual les decidió a tirar las anclas. Descargóse a toda prisa el jabeque y a la oración iba ya con el Sargento Mayor en busca de las primeras costas de España.

La corte se ha vestido de gala. Ya no se ve tienda alguna por estas inmediaciones; solo sabemos que la artillería está en una huerta, pues aunque los hijos de la mentira han levantado una pared para ocultarla de nuestra vista, y juran y perjuran que la han retirado ya, no pueden engañar a nuestros anteojos.

La población parece un hormiguero después de la tormenta; todos salen de sus cuevas y andan buscando entre las ruinas donde albergarse. Nos admiramos de vernos buenos y sanos, y aún se encuentran muchos que no hemos conocido durante el sitio.

Siendo el día de San José en el que se ha coronado la victoria, se ha prometido hacer a este Patriarca una solemne y lujosa función en acción de gracias.

Posteriormente ha merecido esta guarnición, por su constancia, esfuerzo y fidelidad, que el Rey nuestro señor le haya dado las gracias en esta muy honrosa carta que el señor Ministro remite a este General:

“Quiere el Rey que V.E. en su real nombre dé las gracias muy particularmente a toda esa guarnición, por el esmero con que se ha portado en la obstinada defensa de esa plaza contra las armas del rey de Marrueco, y la gloria que de su constancia y fidelidad le resulta a la nación y a sus reales armas; y de orden de S.M. lo participo a V.E. para que disponga su cumplimiento.
Dios guarde a V.E. muchos años.
Madrid, 28 de marzo de 1775
Ricla
Sr. D. Juan Sherlock”

Amigo mío, mi carta va más larga de lo que conviene para no pecar de enojosa, pero puesto que tan vivo deseo le aquejaba de saber una por una las particularices del sitio, que la bravura de nuestras tropas ha hecho dar fin, no he querido pasar por alto ni aún las de menor entidad.

Todavía me falta que poner en su noticia para la mejor inteligencia de este diario y, como complemento de él, una descripción histórica de los acaecimientos que han tenido lugar en Melilla y su campo fronterizo desde que la conquistaron nuestras armas, pero lo haré más despacio y como vía de apéndice.

Hasta entonces me despido y no porque hoy nos quepa la satisfacción de ver alejarse el peligro de morir aplastados, deje V. de pedir a Dios que me de salud y suerte para poder volver ileso al seno de mi familia, pues no sabemos cuando lo dispondrá el Rey
Dios guarde a V. muchos años.
Melilla y marzo 30 de 1775.
B.L.M. de V. su afectísimo servidor y compañero
Miguel Fernández de Loaiza

CAVALLERO.- Diario…
Al amanecer abatieron tiendas y se dispusieron para marchar los 5 campamentos restantes del ejército enemigo , que como su situación y extensión no podía reconocerse bien de ninguna parte de esta Plaza, tampoco habíamos podido graduar su fuerza hasta que marchando ya en columna por el mismo camino que las demás, desde luego hemos calculado contendría esta de 14 a 15.000 hombres entre infantería y caballería, exclusos unos 500 de este campo que marcharon a sus cabilas por la tarde en pelotones dispersos.

Para custodia de la artillería que queda depositada en una cañada tras de la huerta de Almarán distante como 2 leguas de esta Plaza y dicen debe irla remitiendo el Alcaide del campo con sus escoltas correspondientes, han dejado de guardia competente del ejército aunque ignoramos su número, pero no debe considerarse menor de 2.000 hombres. A esto se agregan la que se ha dicho con destino a sujetar y castigar cualquier exceso que cometan los del campo contra la Plaza, y además los mismos moros del campo, de lo que resulta que sin duda la fuerza total del ejército sitiador el día que empezó a decampar ascendía a más de 30.000 hombres de armas, su artillería a 27 morteros y 17 cañones, bien que de estos estaban ya la mitad desfogonados y reventados, aunque por observación y partes de nuestro vigía solo resulta que nos han disparado 6.735 bombas y 2.373 tiros de cañón; sin embargo su Jefe de artillería declaró que las 9 últimas bombas dichas la mañana del 16, terminaron el número de 8.080 que habían traído, además de algunas nuestras que habían recogido sin reventar y nos las habían vuelto a la Plaza, cuya declaración desde luego confirma también la equivocación que algunos días he notado en los partes del citado vigía, y por consiguiente me aproximo mejor a la declaración del enemigo en esta parte, y estando en igual caso (aún con más razón) la noticia de los tiros de cañón juzgo no sea menor de 4.500 y el de las bombas 8.500, las que ha sufrido la plaza en los 97 días de fuego.
Melilla, 20 de marzo de 1775
JUAN CAVALLERO

MIRANDA.- Diario…
Habiendo amanecido el tiempo algo sereno, se dispuso marchara con el expreso a la Corte el Sargento Mayor del regimiento de la Princesa, embarcándose en una lancha por no haber absolutamente otra embarcación en el puerto, para tomar la posta en la costa de España, pero habiéndose levantado un fuerte temporal se vio obligado a volver a la Plaza poco después.

A las 7 de la mañana se observó puntualmente que los enemigos empezaron a levantar todo el campamento de la izquierda y que el tren de artillería se puso en marcha, cuya retaguardia cubría el Infante con un cuerpo hasta 20.000 hombres, sin otras tropas, que en varias divisiones comenzaron a marchar desde la madrugada siguiendo el mismo camino que llevó el Emperador, y compondría el total de unas y otras, junto con las que siguieron al Emperador, de 36 a 40.000 hombres. En el centro de dicha columna iba el Infante, con una guardia de hasta 2.000 negros (caballería) que por sus trajes encarnados y armamento se distinguían entre las demás, con muchos estandartes de damasco carmesí, verde, amarillo, etc., y a las 11 del día desaparecieron, quedándose todo el campo en la mayor tranquilidad y sin un alma. La artillería parece la han dejado en la huerta que llaman “de la Almara”, distante poco más de media legua de la Plaza, para conducirla por mejor camino que el que lleva el ejército, y en dicho paraje se mantiene acampado con seis u ocho tiendas el alcaide Amar, que queda encargado de dicha comisión y la de sujetar a los moros de este campo para que guarden armonía con la Plaza.

Al mediodía llegaron dos embarcaciones de la costa de España, una de las cuales se dispuso marchase poco después conduciendo al mencionado Sargento Mayor de la Princesa a la costa de España, para que tomando inmediatamente la Posta llevase a la Corte esta plausible noticia.

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