Rafael Fernandez de Castro
Parece que en los últimos tiempos Rafael Fernández de Castro y Pedrera ha vuelto del olvido.
Me parece justo. Tengo la impresión de que para gran parte de la población de Melilla don Rafael se había quedado en un simple nombre sin ubicación concreta; nombre, sobre todo, asociado hoy a una escueta placa colocada en un céntrico edificio de la ciudad, y cuya vista reiterada ha terminado por hacerla indiferente a los ojos de los más, con excepción del no extenso grupo de iniciados para quienes Fernández de Castro es algo más que el nombre de un desconocido.
No es malo que, pasado más de medio siglo de su desaparición, volvamos a rememorar los pasos de quien, en la primera mitad de la centuria que acaba, ocupó sin duda un hueco notable en el espacio social melillense dentro del ámbito de la cultura y, no sé si en menor medida, de la política local, aun cuando en esta última faceta haya pasado casi completamente desapercibido.
Mi contribución a este nuevo renacer de la figura del que fue, ante todo, Cronista Oficial de la ciudad, se circunscribe a un intento de bosquejo de semblanza del que, posiblemente, necesitaría una biografía más nutrida en perfiles y matices personales de los que yo soy capaz de presentar. Dejo esta iniciativa a los varios estudiosos de Melilla y sus gentes que, al calor del momento vivido, han de recoger el estímulo y plasmar en un trabajo de mucho mayor contenido que este la vida y obra de nuestro singular personaje.
Unas anteriores aproximaciones a Fernández de Castro están contenidas en la obra publicada por el que fue alcalde y cronista oficial de la ciudad, Francisco Mir Berlanga, y del recordado Constantino Domínguez. Creo que hoy puedo añadir algo a lo que entonces, con aportaciones de indudable interés, nos contaron escritores tan señalados, sin la más mínima intención de enmendarles la plana, como espero que mas tarde hagan aquel o aquellos que puedan contribuir, en poco o en mucho, al conocimiento de don Rafael.
Algunos antecedentes familiares
Una de las cuestiones menos conocidas dentro de la biografía de Fernández de Castro es el del motivo de su llegada a Melilla.
Domínguez asegura que vino comisionado por la Compañía Española de Colonización, mientras que Mir Berlanga se limita a decir que llegó a Melilla en 1907, sin mencionar el motivo.
En un trabajo mío anterior manifestaba que Fernández de Castro llegó a Melilla acompañando a su padre, militar de la guarnición. De ahí mi sorpresa cuando un familiar no lejano de don Rafael me aseguraba categóricamente, en época reciente, que el padre de muestro personaje no fue militar.
En diciembre de 1907, la Junta de Arbitrios confeccionó unos de los escasos padrones antiguos de la ciudad se conservan en Melilla. En una de las hojas, dentro de los moradores del Barrio de Santiago, entonces limitado a lo que hoy son pabellones militares situados frente al Cuartel del mismo nombre, y en el número 8 de la calle Infantería, aparecen los siguientes vecinos:
Rafael Fernández de Castro y Tirado, de 47 años, militar
Luisa Pedrera y Parte, de 42 años
Rafael Fernández de Castro y Pedrera, de 24 años
Concepción, de 20
Carmen, de 17
Dolores, de 15
Luisa, de 10
Carlos, de 7
Emilia, de 5
María, de 4
Todos ellos forman la familia del comandante de Infantería Fernández de Castro, con destino en el regimiento de Infantería nº 59, unidad que entonces ocupaba el cuartel frontero a los citados pabellones, cuartel que hasta hace poco ocupaban los Regulares.
Falta en la lista familiar, y por ello no le menciona, uno de los hermanos, Luis, de 23 años, que entonces cumplía voluntario el servicio militar en una unidad de Ingenieros, arma del que llegó a ser oficial de la Reserva gratuita (antecedente de la de Complemento) en 1915, y de la que se retiró en 1930, con el empleo de alférez.
Parece claro que la vinculación de don Rafael con la milicia por parte paterna y fraterna es indudable, circunstancia a la que se une el hecho de que una de sus hermanas se casó años más tarde con el entonces capitán de Infantería don Ricardo Martín-Pinillos.
De hecho, no hubiese sido necesario haber acudido al padrón de la ciudad para aclarar el origen paterno de Fernández de Castro. De la propia prensa hubiese salido el dato. En 1916, con motivo de un duro altercado de prensa entre Cándido Lobera y el político Marcelino Domingo, debido a la acusación -entre otras de igual calibre- lanzada por este último de que la Junta de Arbitrios era lugar de enchufe para militares y parientes, don Cándido hizo una relación de aquellos que prestaban servicio en el citado organismo. Entre ellos menciona a Rafael Fernández de Castro como "hijo de un teniente coronel". Por cierto que al mismo tiempo alegaba que de 440 funcionarios solamente 16 eran militares y 14 familiares.
¿Quién era don Rafael Fernández de Castro y Tirado, padre del cronista?
Don Rafael había nacido en Madrid el 27 de marzo de 1858, hijo de don Rafael Fernández de Castro y Sáenz de Tejada y de doña Dolores Tirado y Rojas. No tengo claro el origen de sus padres, aunque podemos sospechar una lejana vinculación familiar con Cuba, lugar donde el nombre de Rafael Fernández de Castro (nombre y apellidos) no es raro desde principios del siglo XIX, asociado a militares y abogados. Incluso hay indicios de que el abuelo de nuestro hombre fuese natural de Santiago de Cuba. Pero esta es una cuestión que está pendiente de aclarar. Lo que sí parecen claros son los vínculos familiares con otros militares de aquella época, como los que fueron Intendentes del Cuerpo de Administración Militar D. Eduardo Sáenz de Tejada y Fernández de Castro y D. José Fernández de Castro y Pérez-Juana.
El padre del Cronista ingresó como cadete en 1874, en el regimiento de Infantería Lealtad, con 16 años, pasando a la Academia de Infantería dos meses más tarde. En abril del año siguiente era ya alférez de Infantería, siendo su primer destino el regimiento Fijo de Ceuta, al que no llegó a presentarse por haber sido inmediatamente destinado a Madrid. Participó activamente en las operaciones derivadas de las guerras carlistas, ascendiendo por méritos de guerra a teniente graduado en 1876, por su intervención en la toma de Valmaseda. Será su único ascenso por méritos de esta clase en su carrera militar. Su paso por aquella guerra civil le supondrá igualmente ser declarado "Benemérito de la Patria" y la concesión de la Medalla de bronce de la Diputación de Madrid, destinada a los hijos de la provincia.
Tras pasar por distintos destinos como Baleares, Madrid y Ciudad Real, a fines de 1881 es destinado a La Coruña (batallón de Reserva). Es en esta ciudad donde conoce a doña Luisa Pedrera y Ponte, con quien se casa el día 8 de febrero de 1882.Por cierto que la documentación que incluye la reseña del matrimonio da el apellido de Pedreira y no Pedrera como ha de figurar en adelante. En La Coruña nace, el 24 de enero de 1883, Rafael Fernández de Castro y Pedrera, su primer hijo.
Pasa por destinos diversos en Tuy, Soria, Burgos, Santander, Santoña y nuevamente en La Coruña, como era propio en cualquier militar de la época, siempre con la maleta permanentemente hecha. En 1890 es destinado a Filipinas, donde permanecerá ocho años. Con él parte hacia su nuevo destino, un 9 de enero de 1891, toda su familia, el matrimonio y los hermanos Rafael, Luis, Concepción y Carmen.
Son años muy duros para todos, pero sobre todo para el teniente Fernández de Castro que no podrá permanecer en un destino fijo durante su permanencia en las islas. Después de ascender a capitán a fines de abril de 1891, dos años más tarde pasa a prestar sus servicios en la Guardia Civil de Filipinas. Vuelve a una unidad de Infantería en 1896 (Regimiento de línea Manila nº 74), año en que comienzan las operaciones precursoras de la independencia filipina. En ellas participa el capitán Fernández de Castro, resultando distinguido, e incluso herido, en algunos de sus combates. En este año solicita de la autoridad militar le permita enviar a su hijo Rafael a Manila para que pueda cursar sus estudios. Durante su permanencia en el archipiélago nacerían sus hijas Dolores y Luisa.
Por fin, en 13 de agosto de 1898 fue incluido en la capitulación de la plaza de Manila, con lo que termina la cruel guerra que finalizó con la independencia de aquellas islas. De su actuación en la guerra se trajo, entre abundantes condecoraciones, la Cruz de Carlos III, que le fue concedida por la defensa de la capital del archipiélago.
Aún continuó en Filipinas, adscrito a la Comisión Liquidadora de Cuerpos disueltos del Distrito, hasta el 8 de abril de 1899 en que embarcó en el vapor Ciudad de Cádiz, llegando el día 5 de mayo a Barcelona. En España siguió en destinos relacionados con los cuerpos disueltos hasta 1906. En 1903 había ascendido a Comandante de Infantería.
El 31 de marzo de 1906 es destinado al regimiento Melilla, plaza a la que se incorpora, con toda su familia, el día 10 de abril de 1906. Ya tenemos, pues, establecida, la fecha de llegada de don Rafael hijo a la ciudad y la razón de la misma.
Los Fernández de Castro en Melilla
Establecida la familia en la calle Infantería, Rafael hijo prepara oposiciones para oficial 4º de Hacienda, prueba que evidentemente no superó, lo que, de haber ocurrido, hubiese privado a Melilla de la presencia de su posterior cronista, puesto que en aquella época no había en la ciudad organismo alguno dependiente del citado Ministerio, a excepción de una modestísima pagaduría establecida en 1911 en la calle Alonso Martín.
La llegada de Rafael a Melilla coincide, como escribe Mir Berlanga, con una época de importantes acontecimientos a los aledaños de la ciudad. Es el momento del Roghi Bu Hmara y su complicada peripecia en Marruecos, precursora de los hechos que poco tiempo más tarde darían lugar a la intervención militar de España en Marruecos. De ello será testigo el joven Rafael, que creemos debió sentirse influido por los sucesos citados y una razón suficiente para interesarse por el singular proceso histórico en que la ciudad se movió a lo largo de los siglos. La campaña de 1909 debió impresionar fuertemente a Fernández de Castro, hijo, teniendo en cuenta, además, que su padre intervino personalmente en la misma, con el segundo batallón del Regimiento Melilla 59. No puede sostenerse, sin embargo, como afirma Mir Berlanga, que su amor por el Ejército datase de esta época, por razones obvias, dado su origen. Aquella supuesta impresión quedó confirmada cuando don Rafael promovió la creación de un cementerio en la Mar Chica para enterrar alguna de las víctimas de aquella campaña, iniciativa que fue recogida por casi todas las publicaciones gráficas españolas con aplauso generalizado, y que desgraciadamente tuvo su culminación con su progresiva desaparición debido a la incuria habitual en estos casos.
En 1908 había terminado su hermano Luis su servicio militar, e incorporado en la ciudad a su nueva profesión de representante, profesión poco rentable en aquella fecha, pero muy oportuna a partir de las operaciones militares anteriormente citadas y el enorme movimiento de gentes que trajo consigo. Luis Fernández de Castro llegó a ser vocal de la Junta de Arbitrios bajo la presidencia del General Monteverde, junto con el inevitable Vallescá, García Alix (hijo del ministro de su apellido), Navarrete (Rogelio), Juan Montes Hoyo y Jaime Tur, entre otros. Decía Luis Fernández de Castro, aunque tengo dudas sobre si lo decía en serio o en broma, que " representaba la extrema izquierda " en la Junta. Puede que fuera verdad.
El primer trabajo de Rafael, si no estoy equivocado, fue como cajero auxiliar de la Compañía Transatlántica, empresa que tenía a cargo la contrata de las obras del puerto de Melilla. Se le habían adjudicado por Real Decreto de marzo de 1907 en 4 millones de pesetas. Según Ciges Aparicio (Marruecos. Entre la paz…1912), un deslenguado, la operación se hizo de tapadillo para que no se enterara nadie y así poder adjudicar las obras a la empresa del Marqués de Comillas. Grave error, si fue así, porque la empresa no cumplió lo establecido en las cláusulas y no se le renovó la contrata cuando finalizó el plazo en septiembre de 1911, pese a que la compañía solicitó dos años de prórroga alegando que había sido obligada a paralizar las obras por la Campaña de 1909.De nada le valió, y la compañía, con su ingeniero don Fernando Arrigunaga al frente, tuvo que irse de Melilla, dejando a Fernández de Castro sin su puesto de trabajo. Justo en las mismas fechas en que su padre asciende a teniente coronel y debe abandonar Melilla con destino a Santiago de Compostela, donde permanecerá hasta noviembre del año siguiente en que reincorpora al regimiento Melilla 59.
Cambio sustancial supuso para don Rafael su entrada como funcionario de un organismo tan atípico como la controvertida Junta de Arbitrios, el original organismo municipal de Melilla, sin antecedentes ni consecuentes en ninguna otra ciudad de España. Se acababa de crear una oficina nueva a la que había que dotar de un hombre capacitado, a la medida del nuevo puesto: el negociado de Estadística. Su candidatura fue exitosa y en sesión de la Junta de 31 de diciembre de 1913 se le nombra jefe del reciente negociado. Presidía la Junta, desde su llegada en enero anterior, un general con nombre en el callejero de la ciudad, don José Villalba Riquelme. Entre los vocales, nombres tan sonoros como Fernández Capalleja (padre del general de su mismo apellido), don Pablo Vallescá, don José Gómez Alcalá o don Francisco Carcaño Samper.
Cámara de Comercio, el día de su apertura (1914). |
Al año siguiente, según Constantino Domínguez, entra como secretario general en la poderosa Cámara de Comercio de Melilla, presidida desde su creación por el inamovible Vallescá, que no dudamos ni por un momento debió ser su valedor. Un cargo que sin duda desempeñó con acierto pleno, pues permaneció en él hasta el día de su muerte. Desempeñar un cargo durante más de cuarenta años es un registro nada común, teniendo que convivir con presidentes tan distintos como el citado Vallescá, Gerardo de la Puente, Fidel Pí o Rafael Ginel.
Ambos trabajos, en la Junta y en la Cámara, estaban compaginados con los de representante de diversas casas comerciales, algo, por cierto, muy común en aquellos años, en los que cualquier primate de la ciudad solía tener como segunda o tercera actividad la de agente comercial. Estamos, como es sabido, en los años de Oro del comercio melillense, cuyo declive comenzaría hacia 1927, cuando las campañas tocaron a su fin. En abundancia de lo que decimos, también fue Fernández de Castro, en los años veinte, bibliotecario de la Unión Gremial Mercantil que presidía don Juan Montes Hoyo y del que era secretario general José Marfil García.
En 1916 se constituye en Tetuán la denominada Compañía Española de Colonización, llamada coloquialmente la Colonizadora, una empresa llegada a tierras de Marruecos al olor y calor de los negocios relacionadas con las tierras agrícolas, a las que se presuponía un espléndido porvenir en manos de los numerosos colonos que habrían de acudir al territorio que paso a paso se iba incorporando al dominado por las tropas españolas. La compañía aseveraba cumplir "un fin social", pero ya sabemos que toda empresa colonial decía cumplir de un modo u otro un fin parecido. El nombre de los socios no parece indicar que fueran especialmente benefactores de la humanidad, sino más bien personas cercanas a los negocios y sus consecuentes beneficios. No digo que no beneficiaran a algunos colonos, cosa factible. Pero eso es asunto para otro tema que no va con este.
La Colonizadora buscó un representante en Melilla y lo encontró precisamente en la persona de Rafael Fernández de Castro, quien se hizo cargo de su nuevo cometido en octubre de 1919.Para ello tuvo que dejar su puesto como oficial primero de la Junta de Arbitrios, quedando en la situación de excedente. Es preciso decir que cuando don Rafael ocupa su nuevo cargo la Colonizadora ya había concluido sus mejores negocios en la llanura del Garet y en la zona del Sebra, por lo que hemos de pensar que Fernández de Castro no intervino para nada en la parte más polémica de la actuación de la citada compañía.
Su padre había ascendido a coronel con fecha 8 de junio de 1917 , abandonando la ciudad, donde ya no volvió a tener destino, pasando por plazas como Almería, Seo de Urgell e Ibiza, hasta su pase a la reserva, con el empleo de general de brigada, en junio de 1919. Establecido en Málaga, en 1925 traslada su residencia a Madrid, en donde fallecería el día 21 de julio de 1927.
Fernández de Castro, periodista
Reconozco que no tengo muy claro donde comienza Fernández de Castro su actividad como periodista. Según Mir Berlanga, coincidiendo con Domínguez, asegura que ya en la campaña de 1909 fue nombrado corresponsal de guerra. Pero ninguno de los dos menciona el nombre de la publicación con la que colaboró en aquella campaña.
Por otra parte, Guillermo Rittwagen no incluye su nombre en su casi exhaustiva relación de periodistas de todo pelaje que trabajaron en Melilla en aquellos meses. Nada menos que 69 detalla el autor de la relación, y entre ellos no está don Rafael, mientras que sí aparecen periodistas locales como José Ferrín, Cándido Lobera o Jaime Tur. No es que esto sea algo definitivo; en absoluto, pues también estuvo en Melilla el célebre Walter Harris y Rittwagen no lo menciona. Pero es un indicio.
El único dato que me aparece como primario es su pertenencia, desde su creación en marzo de 1912, a la Asociación de la Prensa, organismo que ya se hacía esperar y que durante mucho tiempo fue un reducto particular de don Cándido Lobera. Fernández de Castro fue secretario de la Asociación hacia 1914, y está claro que entonces ya trabajaba como periodista, aunque jamás he podido ver un trabajo suyo en alguno de los órganos de prensa de la época. La razón principal de ello, claro está, estriba en que no ha quedado casi ningún resto de aquellas publicaciones.
En 1915 aparece como fundador de un diario llamado El Cronista, del que fue director, teniendo como redactor-jefe un hombre ligado a la figura de Fernández de Castro durante muchos años, Nicolás Pérez Muñoz-Cerisola, y como redactor a un curioso personaje, Jaime Mariscal de Gante, llegado de soldado al regimiento de Caballería Alcántara en 1912 y que durante todo el tiempo de su servicio militar trabajó como periodista en la ciudad, pasando algo más tarde a trabajar en La Correspondencia Militar de Madrid. Esta primera y única iniciativa como promotor de prensa fue un fracaso absoluto y el diario tuvo que cerrar a mediados del año siguiente. ¿Razón? En esta época las operaciones militares en el país vecino estaban prácticamente paralizadas por el inicio de la Guerra Mundial y posiblemente había poco novedoso que contar dado el excesivo número de publicaciones existentes en Melilla además de El Cronista, como El Telegrama de Lobera. La Gaceta de Tur, El Heraldo de Ferrín, y el curioso Pro Patria de aquel militar retirado que se llamó Francisco Cabrera. Comenzaba una época de crisis.
En esta época Fernández de Castro vivía en el nº 8 de la calle Conde del Serrallo.
Periodistas alrededor de Sanjurjo (1925); (1) Fernández de Castro,(2)Segado,(3) Cuevas, (4)Carcaño,(5)Berenguer,(6)Tur,(7) Ferrín, (8) Mingorance, (9) Burgos Nicolás, a la izquierda,sin número, López Rienda y Requena.
Nuevos vientos favorables para el consumo de prensa fueron los transcurridos después de la vuelta a los avances militares en Marruecos por parte de las unidades mandadas por el General Silvestre. El interés por las cuestiones de África, adormecido durante los años de paralización de las operaciones, vuelve a renacer en toda España, y los periódicos de Madrid demandan información puntual de lo que pasa. Casi todos los periodistas de Melilla son a su vez corresponsales de otros órganos de información de la capital. Fernández de Castro lo es del diario El Imparcial; no he logrado saber desde cuando, pero sí que lo fue durante bastantes años. Los luctuosos sucesos ocurridos en el año 1921 puso a prueba la capacidad de trabajo de todos los periodistas acreditados en Melilla, tanto a los locales como a los numerosos venidos de fuera. Esta efervescencia informativa ya no cejaría hasta la terminación de las campañas en 1927, año a partir del cual la prensa de Melilla se iría deshinchando como un globo al perder la base fundamental de su información. Solo los años difíciles de la República mantuvieron una cierta tensión informativa, pasados los cuales únicamente el veterano Telegrama habría de sobrevivir, no sin necesitar una buena ración de oxígeno en algún momento de su historia.
Fernández de Castro y los demás periodistas de la ciudad hicieron una reconocida labor en su cometido. Al menos así lo debieron entender las autoridades militares de la zona, que promovieron la concesión de medallas al Mérito Militar para los más significados, entre ellos, naturalmente, don Rafael.
Al fundarse en abril de 1924 La Crónica semanal, dirigida por su antiguo compañero en El Cronista, el señor Cerisola, es incluido dentro de sus colaboradores, junto con su hermano Carlos, quien trabajaba con él igualmente en la Compañía Colonizadora. En el semanario escribían plumas tan significadas como Tomás Borrás, Narciso Diaz de Escobar, y el farmacéutico melillense Emilio Sánchez Ferrer. Esta estrecha colaboración con Cerisola se mantendrá hasta la desaparición del periódico, entonces diario, en 1936
Además de ser, principalmente, corresponsal de El Imparcial, también tuvo, en algunos momentos de aquella época, la corresponsalía de Informaciones y La Luz. Dentro de la Asociación de la Prensa ocupó, en 1927, el cargo de censor 1º, siendo presidente Jaime Tur.
Fernández de Castro,ateneista
Si ha habido un órgano cultural realmente significativo en la sugestiva historia de Melilla, por su estructura y por la época en que le tocó vivir y sobrevivir, ese fue sin duda el Ateneo científico, literario y de estudios africanistas.
Con antecedente en la creación, en 1913, del Ateneo de Sanidad Militar, del que cogió el testigo, el Ateneo Científico fue la plasmación de una idea del ingeniero militar José Acosta Tovar, cuya impulso se fraguó en la constitución de organismo cultural un 25 de mayo de 1917, siendo el grupo constituyente una curiosa mezcla de ingenieros civiles, militares de diversa condición y periodistas. Entre ellos Francisco Carcaño, Martínez Monje, Francisco de las Cuevas, Del Rosal, Ferrín y Lobera, los tres últimos vinculados a la prensa.
Se queda uno perplejo ante la ambición de nuevo órgano social, ambición sobre todo plasmada en las denominaciones asignadas a las distintas secciones que componían el Ateneo: Ciencias Exactas, Ciencias Físicas y naturales, Ciencias Morales y políticas, Literatura y Bellas Artes, y, por último, aunque no el menor, Estudios Africanistas.
El Ateneo llevó una vida pletórica mientras la Política, con mayúsculas, no entró en sus salones. Lo mismo organizaba una cabalgata de Reyes, que promovía exposiciones de todo tipo, que acogía en su seno a conferenciantes de muy diversa consideración, como podía ser, por ejemplo, Paulino Díez, el sindicalista, u otros tan conspicuos como él. Tuvo su primera sede en el número 2 de la calle del Cardenal Cisneros, donde había estado el Liceo San José.
¿A quien había de tocarle el puesto de Presidente de la Sección de Estudios africanistas? Estaba claro, a Fernández de Castro. Aun cuando todavía no he mencionado su faceta de historiador, reunía los méritos suficientes para ocupar un cargo tan señalado. Aun no habían llegado los años de la República, tan poco propicios a la convivencia en más de un sentido, y en la sede del Ateneo se juntaban personas de la más variada condición y pensamiento. Así vemos como en Estudios Africanistas confraternizaban personas tan distintas como José Ferrín y Cándido López Castillejos, que sin embargo, unos años más tarde tomarían actitudes políticas completamente divergentes, incluso en el plano personal. También en el Ateneo convivían sin mayores problemas -quizá aparentemente- José María Burgos Nicolás, Juan Berenguer (que llegó a presidir la Sección de Literatura), Tomás Segado, Federico Pita o Leopoldo Queipo.
El Ateneo, repito, entró en barrena a la llegada de la República. La postura personal de cada socio ante la nueva situación política fue llevando poco a poco a la separación, y la mayoría de sus miembros, o se dieron de baja o no volvieron a pisar sus salones. En 1933 se le daba por concluido, dándose benévolamente dos razones: la falta de sociabilidad de la clase media y la falta de medios materiales. En diciembre de 1936, a lo que quedaba se le dio el ampuloso nombre de Academia Hispano-Marroquí de Nobles Artes y Buenas Letras. Pero el viejo Ateneo estaba bien muerto y nunca más resucitó. El testigo abandonado fue recogido muchos años más tarde, salvando las distancias en el tiempo y en la forma, por la Asociación de Estudios Melillenses.
También perteneció Fernández de Castro, en los años treinta a una poco conocida Asociación de Estudios Coloniales, que presidía un personaje digno de un estudio aparte que se llamó Federico Pita.
Fernández de Castro,político
He aquí una faceta casi absolutamente inédita de don Rafael. Tanto Mir Berlanga como Constantino Domínguez la olvidan por completo. Es explicable. Sus trabajos sobre Fernández de Castro aparecieron en una época en que todavía quedaban calientes rescoldos provenientes de los inquietantes años treinta. Pero han pasado ya sesenta años (¿cuántas generaciones?) desde entonces, y alguna vez habrá que pensar en no olvidar conscientemente lo que ocurrió en aquella época. Esta puede ser una ocasión, que no será la primera pues el tema de la República y la guerra civil en Melilla ya se ha tratado en ocasiones anteriores, pero sí, quizá, la primera que se pone énfasis en la vertiente política de Rafael Fernández de Castro, sin querer hacer un estudio extenso sobre la cuestión, sino dar unas pinceladas al respecto.
Edifivio de la posterior Junta Municipale en la calle Duque de Almodovar (1915)
No tengo referencia alguna sobre el pensamiento político de Fernández de Castro antes de la llegada de la República en España. Se podrían adivinar actitudes por sus escritos pero siempre con el riesgo de equivocarse. Es cierto que don Rafael colaboró de forma muy periférica con la Junta Municipal, de la que fue vocal civil suplente, pero yo pienso que de esto no se pueden sacar deducciones muy lejanas, puesto que con la Junta colaboraron muchos personajes de Melilla que años más tarde tomaron posturas muy diversas. Lo que sí se puede colegir es que Fernández de Castro, evidentemente, no era un hombre de izquierdas. Esto, que es una obviedad, nos lo sitúa ya en un plano determinado. Al mismo tiempo creo que tampoco era, hasta 1931, un hombre especialmente volcado hacia las cuestiones políticas. Reparemos en el hecho de que en 1931, se presenta a las elecciones por un gaseoso partido llamado Agrupación Africanista, formado a la carrera, como casi todos los demás, para poder estar en la línea de salida. Ya nos da una pista el hecho de que se consideraran a sí mismos como "no políticos". Presididos por Rafael Alvarez Claro, formaban en sus filas personajes como José Miró, José Marfil o Fidel Pí. En realidad eran un grupo de comerciantes que pensaban, como mucha gente en Melilla, entre ella Cándido Lobera, que Melilla debía estar al margen de la política. Decían que pretendían un "Protectorado grande en una Melilla grande". No se si fue por la precipitación en su creación o por que otra causa, el partido fue un fracaso de asistencia a sus mítines y un desastre de organización. En las elecciones del 19 de abril salieron elegidos, por el distrito 2º Fernández de Castro y Fidel Pí, con el 11,8 y 9 % respectivamente de los votos. Muy pocos concejales y muy escasos votos para pensar en un futuro claro para la Agrupación. Así que esta hizo lo que tenía que hacer: se disolvió. Fernández de Castro optó por militar en un partido que se consideraba así mismo como centrista, el Radical de Lerroux, y donde militaban personas tan dispares como José Linares, Echeguren, Caro, Ramón de Bustos, Gómez Morales, Miguel Bernardi o José María Burgos, quienes más tarde irían tomando caminos diversos.
La actuación de don Rafael en los años republicanos parece, en principio, la de un hombre contemporizador pues no tuvo inconveniente en votar a favor del alcalde socialista Antonio Diez en 1931. Intervino, si embargo, en contra de aquellas actitudes que demostraban olvido o menosprecio de las personas que habían regido los destinos de la ciudad en los años anteriores. Por ejemplo, en junio de 1931, protestó porque la Corporación municipal pretendía quitar los retratos de Marina, Gómez Jordana, Villalba y Sanjurjo, pues entendía que formaban parte inseparable de la historia local. Al final se quitaron por 18 votos contra 7, entre estos últimos el de Fernández de Castro. Cuando el Ayuntamiento quiso eliminar -actitud nada comprensible- el nombre de la Iglesia de la antigua calle del Pueblo, Fernández de Castro consiguió que al menos se le diera el nombre de Miguel Acosta (un sacerdote). Parece que su postura ante la república seguía de colaboración sincera cuando en febrero de 1934 propuso que se diera el nombre de Villacampa a un grupo escolar "con el fin de enaltecer la memoria de destacados republicanos". Mas difícil de comprender es el hecho de que en 1935 apruebe el cambio del nombre de la calle San Miguel por la de Eduardo Soto de la Blanca. En cualquier caso vemos a don Rafael intervenir siempre que el Ayuntamiento trataba temas relacionados con el pasado de la ciudad, cosa por lo demás perfectamente natural siendo como era cronista oficial de Melilla.
En estos años fue también vocal de la Junta de Espectáculos, organismo presidido por el Delegado Gubernativo, al que también pertenecían Enrique Nieto y Muñoz-Cerisola. Siguió perteneciendo al partido radical, incluso después de su escisión en mayo de 1934 entre lerrouxistas y radical-demócratas de Martinez Barrio (estos últimos ubicados más tarde en Unión republicana).
En junio de 1934 pasa a ser tercer teniente de alcalde, detrás de Miguel Bernardi, cargo que siguió ocupando durante el año siguiente, siendo alcalde García Vallejo. En este año (1935) se dirige a la Corporación municipal para que solicite permiso al Ministerio de la Guerra con el fin de demoler el fuerte de San Miguel, en estado ruinoso.
Sale elegido de nuevo en las elecciones de marzo de 1936.Aunque al principio sigue en su actitud conciliadora ofreciendo al alcalde socialista señor Diez "su colaboración sincera y espontánea", como la mayoría de los concejales, como la mayoría de los melillenses, como gran parte de los españoles en suma, la paulatina radicalización de las posturas políticas durante el primer semestre de aquel trágico año le obligó a tomar una posición extrema, posición que fue la de inclinarse hacia la que fueron tomando los integrantes de Acción Popular, partido hacia el que terminó volcado en los días últimos de la República. Tras los acontecimientos del 17 de julio de 1936, la mayoría de aquellos terminarían, unos por convencimiento, otros sometidos a la presión ambiental de aquel tiempo, en las filas de la segunda línea de Falange como "camisas nuevas".
Fernández de Castro, historiador
Lo mismo que dije que desconocía con exactitud cuando comenzó Rafael Fernández de Castro su labor como periodista, tampoco tengo muy claro cuando comenzó a interesarse por la historia de Melilla y el Norte de África. Siguiendo a Francisco Mir Berlanga y a Constantino Domínguez habrá que convenir en que debió ser desde los primeros años. Bien puede ser. En 1911 publica un libro que demuestra claramente su interés por el "ambiente" local, tanto en lo que respecta a la ciudad como al campo vecino. Se trata de "El Rif. Los territorios de Guelaia y Quebdana", en el que no resulta sorprendente, por lo mismo, que fuera prologado por Gabriel de Morales. Particularmente es la publicación de Fernández de Castro que más me gusta, porque divulga cosas de la parte más cercana del país vecino que hasta entonces solamente podían leerse en algunos (pocos) autores franceses. Tuvo la mala suerte de coincidir en el tiempo con una obra de Gabriel Delbrel que tocaba en parte el mismo tema, pero en resumidas cuentas es una obra apreciable en más de un sentido.
En lo que atañe a su labor como historiador en estos primeros años dejo al lector en manos de Mir y Dominguez, pues reconozco no haber visto jamás nada escrito por don Rafael referente a la historia de Melilla hasta los años veinte, exceptuando dos modestos trabajos sobre arqueología en la zona Cala Charranes y Cazaza publicados en la revista Africa Española en 1916, que solo de forma tangencial podemos asociar a la historia local. No he tenido ocasión de ver la obra que mencionan Mir y Dominguez sobre los fenicios, por lo que nada tengo que decir sobre la misma y me remito a los autores citados. El primer trabajo que claramente se refiere a Melilla y su historia cercana que conservo es un artículo publicado en la Revista de Tropas Coloniales en 1924 sobre la conquista de Melilla. Y el caso es que tampoco Gil Grimau menciona ningún otro en su inapreciable obra sobre bibliografía española del Norte de Africa hasta los años treinta. Repitiendo lo que ya dije de Rittwagen páginas arriba, es evidente que eso no significa más que Gil Grimau y yo no hemos podido encontrar más que lo que tenemos.
Ahora bien, sobre la competencia de Fernández de Castro en la historia local en aquel tiempo no nos es posible dudar porque testimonios de la época así nos lo demuestran. Hay un hecho que si no es concluyente sí es sintomático, Y es que cuando se presentan los primeros hallazgos arqueológicos en el territorio de Melilla es a él a quien se recurre.
Precisamente creo que su memoria está sobre todo más asociada a sus trabajos arqueológicos que a sus para mí desconocidas investigaciones históricas durante la segunda decena del siglo.
Aunque él bien hubiese querido participar en la salvaguardia de los restos encontrados en Melilla con anterioridad a 1913, los hechos fueron por otro camino y hasta este año no fue posible comenzar un estudio de los encontrados en el cerro de San Lorenzo, gracias a la buena disposición del general Villalba primero y del general Arraiz después. Sobre esta cuestión me remito a lo escrito por el propio don Rafael, por Mir Berlanga, por Jesús Miguel Sáez, y, si les queda tiempo, por mí mismo.
Con los restos procedentes de los diversos hallazgos se formó un Museo que, con gran acierto y por deuda obligada, se le encomendó a Fernández de Castro .Aparte de las consideraciones sobre el sistema de trabajo utilizado en las excavaciones que ya expuse en su día, es preciso afirmar rotundamente que gracias a los desvelos de don Rafael se salvó un patrimonio histórico que de otra forma hoy no existiría. Solamente por este hecho ya le debemos gratitud eterna a Fernández de Castro.
Y sin duda eso debió ser lo que en primer término tuvo en consideración la Junta de Arbitrios cuando en sesión del 4 de abril de 1923 le nombró Cronista oficial de la ciudad. Algunos años más tarde, tras el fallecimiento del notario Roberto Cano en 1928, que lo era desde 1916, es nombrado Correspondiente en Melilla de la Real Academia de la Historia.
La obra escrita por Fernández de Castro es relativamente abundante en los años treinta y cuarenta, años en los que colabora con las revistas África y Mauritania, casi siempre con temas relacionados con los primeros años de la Melilla española, cuyo resumen podremos encontrar en su intervención en el 450º Aniversario de la conquista de la ciudad en 1947.En estos años publica su "Vida de soldados ilustres de la nueva España. Franco. Mola. Varela" (1937), "El sitio de Melilla 1774-75.Diario del capitán Francisco Sebastián de Miranda" (1939),"Historia y exploración de las ruinas de Cazaza" (1943), y su nutrida "Melilla prehispánica" (1945), que pasa por ser, a juzgar por los juicios leídos, su obra más importante, lo que me parece muy poco realista, ya que, salvando los capítulos dedicados a la arqueología y los primeros años de la Melilla española, de cierto interés, el resto puede denominarse perfectamente " Especulaciones sobre una posible Melilla prehispánica". Mucho de historia de Marruecos, y en este sentido puede ser recomendable, y poco sobre Melilla, por razones naturales, porque lo que se conoce de la Melilla anterior a la llegada de los españoles cabría en un folleto de diez paginas. Por ejemplo, las que quedaron inéditas a la muerte de Gabriel de Morales. Particularmente me parecen mucho más interesantes sus obras dedicadas al sitio de Melilla o a las ruinas de Cazaza, si bien de estas últimas ya no queda resto alguno tras una intensiva repoblación de pinos en la zona.
Los últimos años
Si un voluntarioso lector ha seguido hasta este instante lo anteriormente escrito espero haya llegado a la conclusión de que estas líneas no pretenden ser un panegírico de Rafael Fernández de Castro. Esto más bien es propio de semblanzas "post mortem" en las que el finado ha sido siempre un cúmulo de perfecciones y su trayectoria vital llena de aciertos. Mi intención es hacer una síntesis biográfica bajo un prisma exclusivamente personal sin concesiones al cántico. Opinión a contrastar, por supuesto, con otras aportaciones que en su momento vengan
Dicho lo anterior, también debo decir que Melilla tiene una deuda de gratitud con don Rafael porque el cronista volcó todos sus esfuerzos, con el acierto que cada cual quiera darle, en la divulgación de la historia local. Muerto Gabriel de Morales en 1921, solamente Fernández de Castro siguió la estela del coronel y en ella siguió hasta que don Francisco Mir tomó el relevo a la muerte del cronista.
Fernández de Castro, eso es evidente, tenía un gran prestigio en los distintos ambientes sociales, no solo de Melilla, sino del Marruecos español, e incluso de algunos estamentos culturales peninsulares, prestigio que fue acrecentándose a lo largo del tiempo hasta su final.
Su colaboración con el Ayuntamiento siguió no mucho tiempo después del dramático final del republicano. Al quedar vacantes dos plazas de gestor en la corporación municipal en diciembre de 1938, fueron asignadas a Jaime Tur y a Rafael Fernández de Castro, y en esa continua labor de gestor (el Ayuntamiento no se recuperó hasta 1949) siguió año tras año hasta 1952. Fue mano derecha de Álvarez Claro en todo lo referente a su condición de cronista. Por eso, cuando se cambian, como era de esperar, los nombres de las calles en 1940, fue Fernández de Castro quien propuso la mayoría de los nuevos, con la salvedad plausible de que respetó no pocos de los que habían sido cambiados por el Ayuntamiento republicano.
En 1944, siendo teniente de alcalde, formó parte de la Comisión Gestora que, presidida por Álvarez Claro, fue a Madrid para exponer la postura de Melilla sobre el régimen tributario, gestión que trajo como consecuencia la Ley de 30 de diciembre de 1944 precursora de otras posteriores tan fundamentales como la de Bases de 1955.
En diciembre de 1947 se le concede la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Un mes más tarde se le nombra hijo adoptivo de Melilla, concediéndosele igualmente la medalla de oro de la ciudad. En este mismo año, en una reunión del Cuerpo General de Cronistas Oficiales de España es nombrado vocal de su Patronato. En diciembre de 1949 se le concede el segundo premio de periodismo África, junto con Juan Aparicio (primer premio), Antonio Onieva, Eduardo Maldonado y Domingo Manfredi Cano. En marzo de 1950 es nombrado interventor honorario en la Oficina Regional de Intervención del Kert en Nador. En fin, una serie de concesiones y nombramientos que sin duda debieron satisfacer a don Rafael tras una vida dedicada por completo a Melilla.
Rafael Fernández de Castro y Pedrera falleció en Melilla el 5 de marzo de 1952. Su último trabajo periodístico había aparecido cuatro días antes en el número extraordinario de El Telegrama dedicado a su cincuentenario. Lo titulaba "Melilla, ciudad de brillante porvenir". Hasta su último momento tuvo fe en la ciudad.
La revista África, al informar de su fallecimiento, lo definía con pocas palabras: "Bondadoso, inteligente y patriota ejemplar".