martes, 20 de noviembre de 2012

LOS PRIMEROS AÑOS DE LA CRUZ ROJA EN MELILLA


Articulo publicado por Francisco Saro Gandarillas en el Periódico Melillense (31-05-2007)

El día 5 del mes de noviembre de 2005 se cumplieron cien años desde la fundación de la primera comisión local de la Cruz Roja en Melilla.

Desde su establecimiento en España en 1864, en el mismo año en que quedaban definidos sus fines en la histórica Convención de Ginebra, casi todas las capitales de provincia en España habían elegido sus primeros órganos directivos y ejecutivos; entre ellas, la ciudad de Ceuta tenía su inicial grupo de benéficos voluntarios adheridos a la Cruz Roja desde octubre de 1893, pocos días antes de la llegada a Melilla de una ambulancia de la Organización, procedente de Madrid, para participar, con mejor buena voluntad que actuación efectiva, pues llegó cuando la política sustituyó a la acción bélica, en atenciones sanitarias derivadas de la llamada guerra de Margallo.

Llega de Cruz Roja año 1893

La comisión creada en Melilla en 1905 era lo que se denominaría, en lenguaje político, un equipo de “cuadros”. Fue designado presidente el laureado coronel médico Urbano Orad, de gran prestigio profesional en la ciudad; vicepresidente, el recién llegado ingeniero de las Obras del Puerto Manuel Becerra, que treinta años más tarde sería ministro republicano, y entre los vocales, como nombres destacados, el inevitable Cándido Lobera, capitán de Artillería, en la ciudad desde la campaña de 1893, y el entonces comandante de Caballería Manuel Fernández Silvestre, que mandaba el escuadrón de Caballería del Mantelete, y quien, sin sospecharlo entonces, sería con el tiempo, y por hechos que la Historia de nuestro país desearía que jamás hubiesen ocurrido, el involuntario impulsor de la ampliación y consolidación de la Cruz Roja en Melilla.

Esta primera comisión local no tendría ocasión de poner en práctica durante algunos años los propósitos por los que fue creada por no haber motivo para ello; pero no tardarían en producirse acontecimientos en los campos cercanos de Marruecos cuyas derivas hubiesen exigido la utilización en pleno de los modestos medios y recursos a disposición de Cruz Roja melillense.

Una primera ocasión: La Guerra del Rif de 1909

Son bien conocidos los antecedentes, secuencia y desenlace de la llamada Campaña del Rif de 1909. Sería esta la primera ocasión que tuvo la Cruz Roja local para desarrollar su trabajo benefactor en un escenario propio de sus fines fundacionales.

No era, sin embargo, propicio el ambiente local para desplegar los escasos medios a su disposición. En un artículo anterior he mencionado el poco interés que el General Marina tenía en facilitar la colaboración de la Cruz Roja local. Como he escrito en un artículo anterior, Carmen de Burgos “Colombine”, a juzgar por los testigos, no salió con buena cara de la entrevista mantenida con el Comandante General, a su llegada a Melilla, para impulsar la colaboración del instituto benéfico en la iniciada campaña. Quizá la escritora no acertó a llegar en el momento idóneo, pues en agosto las operaciones estuvieron detenidas sin un preciso objetivo posterior y no había una diáfana conciencia de por donde iban a evolucionar los acontecimientos. Colombine se fue de la plaza sin haber conseguido su objetivo.

La evolución de la campaña hizo que el General Marina tuviera que cambiar de parecer. Antes de comenzar las operaciones de Beni Sicar ya se sabía que los medios de evacuación de heridos no eran suficientes y que el hospital militar del pueblo no disponía de suficiente personal. Las carencias se exteriorizaron claramente tras el duro combate de Taxdirt, el 20 de septiembre, cuando los casi 200 heridos y contusos no pudieron ser evacuados en el mismo día y hubo que esperar al siguiente para, a través de Rostrogordo, distribuirlos por distintos hospitales, la mayor parte improvisados.

Es en este momento cuando, ante la falta de personal sanitario, se procede con urgencia la organización de una Junta de Damas de la Cruz Roja, con el fin de paliar en lo posible la carencia de enfermeros, carencia que pasó por sus momentos más comprometidos cuando practicantes y enfermeros civiles, que por 1,75 pesetas diarias, menos de lo que cobraba un jornalero, hacían turnos agotadores, se fueron despidiendo, dejando gran parte del trabajo en manos de las benéficas señoras y madres del Buen Consejo. Las primeras haciendo turnos de seis horas diarias en el Hospital central, con dos o tres salas por dama; por la noche eran relevadas por la reverendas madres del Buen Consejo. Una labor, por cierto, muy poco valorada, pues la media docena de informes finales sobre la campaña, con una sola excepción, y esta bastante difusa, ni siquiera las menciona.

 Madres del Buen Consejo y Alexandra Wolf acompañaron en ocasiones a Fidel Pagés en su extraordinario trabajo como cirujano.

Ejemplo de trabajo desinteresado a favor de la Asociación en Melilla fue el de la inglesa Alexandra Wolf, conocida en la plaza, donde se hizo muy popular, como Alejandrina o la “Inglesita”, llegada el 15 de septiembre, en compañía de su hermano Raoul Wolf, gerente de unas minas asturianas. Venía recomendada al médico mayor Paulino Fernández Mariscal, con destino en el Hospital militar de Melilla, en cuyo pabellón de la calle Ledesma se alojó.

 La inglesa Alexandra Wolf en el Hospital del Rey, durante su estancia en Melilla en 1909

Recién casada, había perdido a su marido durante el viaje de novios en la ciudad de San Francisco, víctima del terremoto. Como respuesta emocional se propuso dedicar sus atenciones a los enfermos y heridos en la primera ocasión que se produjese; esa fue la campaña del Rif. Alejandrina pretendía incorporarse a la columna de Sanidad Militar que acompañaba a las tropas por los campos marroquíes; para ello llegaba con buenas recomendaciones de la Corte, entre ellas de la familia real. Aunque fue convencida de que su propósito era imposible, al fin aceptó prestar sus servicios en el hospital provisional instalado en el teatro Alcántara. Posteriormente, como dama de la Cruz Roja, pasaría al Hospital de la plaza de la Parada, donde prestó impagables servicios; tanto en sala como en quirófano, donde según testigos era de admirar su sangre fría y su disposición, acompañando en ocasiones a Fidel Pagés en su extraordinario trabajo como cirujano. Según expresaba el polémico Eugenio Noel, el escritor costumbrista que prestaba sus servicios como voluntario en el regimiento Inmemorial, gran admirador de la inglesa, “tal vez su talento no ha sido superado en Melilla por nadie”.

Tengo para mí que, además de las razones antes expuestas, la intervención primera de Carmen de Burgos y la posterior de Alexandra Wolf, debieron contribuir no poco a que, al fin, se permitiera por la Comandancia la creación de la primera Asociación de Damas de la Cruz Roja en Melilla.

En cuanto al trabajo de los medios operativos de ambulancia se puede decir que fue casi nulo. Importante despliegue en la mayor parte de las poblaciones en las que eran recibidos los heridos y enfermos procedentes de Melilla, mientras que en Melilla su participación fue meramente testimonial, pese a que los elementos a disposición de Sanidad Militar fueron claramente insuficientes, como pusieron de manifiesto el general Banús, y teniente coronel Avilés, ambos de Ingenieros, asegurando que se carecía de las camillas, artolas y trenes de evacuación necesarios, carencia que hubiese podido ser paliada, en parte, con voluntarios de la Cruz Roja, organizados previamente. El teniente coronel Avilés, hacía hincapié en el hecho señalado de que habiendo estado tan extendida por España la asociación no se hubieran utilizado sus servicios en Melilla con la intensidad aconsejable. Insistía sobre la necesidad de estar prevenidos para otra posible campaña posterior, fomentando la creación de secciones operativas de la Cruz Roja en la plaza y haciendo una selección de las peninsulares que pudieran aportar medios personales y materiales en caso de necesidad.

La Campaña del Kert: Un paso adelante
Terminada la campaña la Junta Directiva de la Cruz Roja fue ampliada hasta el número de once miembros, iniciando la tónica a seguir en años sucesivos de involucrar el mayor número de gente posible, preferentemente de acreditada relevancia social, seguramente con la idea práctica de asegurar también la mayor cantidad posible de bienhechores o “hermanos pasivos”, según la denominación de la época, que garantizaran al organismo unos ingresos regulares. Se inauguró una oficina –almacén en el número 2 de la calle O’Donnell, donde poco más tarde se situaría el consultorio de la asociación, consultorio asociado, junto a la ambulancia sanitaria, a la iniciativa personal del que fue médico civil en Melilla Jorge Solanilla, llegado a la ciudad en 1908 tras los pasos de su hermano Fernando, capellán castrense de Artillería.

Iniciada la campaña del Kert en agosto de 1911, la Cruz Roja pasó a desempeñar un papel más activo, en todos los órdenes, que el efectuado en la anterior.

La Junta de Señoras desplazó sus servicios del Hospital del pueblo, en muy malas condiciones, al creado en la campaña anterior, el hospital Docker, cuya planta básica estaba compuesta de barracones de madera cuya marca de origen dio nombre al centro sanitario; para su desplazamiento se les facilitó un camión automóvil de Artillería, que hacía diariamente cinco viajes desde la casa de Melul, en la plaza de Santa Bárbara (hoy de España) hasta el hospital. A las damas de la Cruz Roja se unieron igualmente señoras no pertenecientes a la Asociación, pero todas desempeñaron un papel callado aunque meritorio, como puso de manifiesto Consuelo González, esposa del primer teniente del regimiento de Taxdirt, Julián Hernández Regalado, en un libro que recoge la función desempeñada por la mujer en la campaña del Kert.
La ambulancia sanitaria tuvo un mayor papel que en la campaña anterior. Aunque no se le permitía entrar en la zona de conflicto, se hizo cargo de la conducción de heridos desde el punto de llegada del tren sanitario hasta el hospital; también asumió la tarea importante, en colaboración con la Sanidad Militar, del traslado de heridos y enfermos desde los hospitales hasta los barcos destinados a su evacuación. Un grupo de voluntarios de la Institución acompañaba a los evacuados hasta el puerto de destino, donde eran recibidos, a su vez, por voluntarios de la Cruz Roja que se hacían cargo de ellos hasta depositarlos en hospitales o domicilios.

Terminada la campaña, la Cruz Roja, con nueva organización local, pasó a desempeñar cometidos de orden benéfico, complementarios de los propios de otras asociaciones de tipo asistencial existentes o creadas en años sucesivos en Melilla, en una labor común que tuvo como resultado, me atrevo a decir, una de las actuaciones más destacadas en España en pro de la atención de los más desfavorecidos. Bajo la presidencia del notario Roberto Cano, se amplió su estructura local hasta cuatro vicepresidentes, un inspector de servicios y un director de almacén, además de la Sección de Señoras, cuya presidencia ostentaba siempre la esposa del Comandante General, y la Brigada de ambulancia. En el cuadro aparecen nombres que estuvieron vinculados al organismo durante varios años, como el propio presidente Cano Flores, el ingeniero militar Emilio Alzugaray, el jefe de Correos Lorenzo Antoine, el ingeniero de minas Luís García Alix, el empresario Antonio Montes Hoyo o el periodista Jaime Tur, además del médico, ya citado, Jorge Solanilla, como inspector del servicios y jefe de la ambulancia sanitaria.

Para allegar fondos, además de las aportaciones de los socios, se organizaron fiestas benéficas de diversos tipos o cuestaciones como la llamada “Fiesta de la Banderita”, en las que participaban directamente las damas voluntarias de la Asociación. Durante los años veinte la principal fuente de recaudación fueron las corridas de toros a beneficio de la institución.

 Damas de la Cruz Roja durante la Fiesta de la Banderita en 1914

Las cifras recaudadas no eran especialmente llamativas; en 1916 se recaudaron 3.083 pesetas por cuotas de socios y 1.303 por funciones y cuestaciones benéficas. A finales de año el número de socios alcanzaba la cifra de 160. En ese mismo año pasaba su sede al número 2 de la calle Tallaví, donde se establecía el cuartelillo, con oficinas y almacenes.

Como ejemplo de prestaciones facilitadas por la Cruz Roja, tenemos el de las ayudas facilitadas a los damnificados por el terrible temporal de 1914.

Por decreto de 28 de febrero de 1917 del Ministerio de la Guerra se crea el Cuerpo de Damas enfermeras, impulsando la creación de un núcleo de enfermeras con una base sanitaria sólida a la que el simple entusiasmo y dedicación de las anteriores voluntarias no conseguía evidentemente suplir del todo, exigiéndose como condiciones para acceder como alumna el ser española, tener más de 17 años y ser asociada de la Cruz Roja. Bajo la dirección de un médico se daban clases teóricas con arreglo a un programa previamente establecido y se practicaban exámenes finales ante un tribunal. Las declaradas aptas pasaban a los hospitales para efectuar las prácticas necesarias, recibiendo un nombramiento al final del ciclo.

 Damas y enfermeras con médicos militares en 1919

Del “Desastre de Annual” al final de las campañas
Los acontecimientos siguientes al llamado “desastre de Annual”, en julio de 1921, obligaron al Gobierno a poner a disposición del mando militar de la zona una cantidad de medios de todo tipo con el fin de restablecer la situación anterior. Las operaciones militares, que en algún momento, con franqueza poco habitual, se llegó a llamar “de desquite”, llevaron consigo la aplicación de servicios parcamente utilizados en ocasiones anteriores, entre ellos los de la Cruz Roja. Una labor callada la de esta imprescindible asociación, que hubiera pasado casi totalmente inadvertida si el soldado de “cuota” Arauz de Robles no la hubiera recogido en su imprescindible libro “Por el camino de Annual”, en el que refiere el incesante tráfago de los vehículos de la Cruz Roja conduciendo heridos desde las posiciones adelantadas hasta Melilla, sobre todo desde el inicio de la llamada reconquista del territorio con la ocupación de Nador el 17 de septiembre, momento en que se establece una permanente línea de evacuación entre la primera línea del combate y los hospitales de Melilla, Docker, Alfonso XIII, Santiago, etc, y, por supuesto, el nuevo de la Cruz Roja.

El propio Arauz de Robles fue testigo de la llegada al hospital Docker de los trenes de la Cruz Roja abarrotados de heridos tras los combates de Sebt y Ulad Daud en octubre, con la presencia masiva de numerosos transeúntes que se agolpaban con ansiedad ante las verjas del hospital para presenciar el dramático convoy. Más tarde en Sbuch Sbaa contempla igualmente el incesante va y viene de los automóviles de la institución, a veces con la presencia de las “hermanas” y enfermeras de la Cruz Roja en su interior.

El andalucista García – Nielfa, compañero de Blas Infante, observaba en Zeluán como las voluntarias de la Cruz Roja esperaban en la estación de Zeluán la llegada de los heridos. “Sublimes madrinas de guerra” les llamaba el escritor en su libro Moros y cristianos.

 La Duquesa de la Victoria durante un acto celebrado el 15-02-1922

Por razones que no soy capaz de precisar esta labor de la Asociación es prácticamente omitida u olvidada en la mayoría de las publicaciones que se refieren a las campañas de Marruecos, quizá porque la actuación de las tropas combatientes acaparaban el total de la información, por su propio carácter y la indudable espectacularidad de las operaciones de guerra.

Hubo un momento, cuando se suscitó el problema del rescate de los prisioneros en poder de Abdelkrim, en que se pensó que la Cruz Roja debía tomar protagonismo en el caso, pero, por diversas razones, la ocasión pasó de largo y nada pudo hacer. Sí pudo, sin embargo, hacer llegar a aquellos una ayuda humanitaria que, cuando les llegó, que no fue siempre, fue muy bien recibida por los cautivos.

Tras el desembarco de Alhucemas el benéfico organismo obtendría breves momentos de atención por parte de prensa y organismos públicos, sospecho que más por la presencia de la Duquesa de la Victoria en el sitio que por el propio trabajo de la Cruz Roja en sí mismo, que, repito, no fue valorado en su justa medida dentro de las numerosas publicaciones, tanto particulares como oficiales, surgidas de los acontecimientos acaecidos en tierras de Marruecos, donde ha sido ignorada, bajo el punto de vista operativo en campaña, con rara unanimidad.

El Hospital de la Cruz Roja
No fue este el caso del Hospital de la Cruz Roja de Melilla, quien, en aquellos trágicos días, se llevó el cien por cien de la información, absolutamente positiva, de la relativa al organismo.

El día 29 de julio llegaba a Melilla la Duquesa de la Victoria. Venía, en nombre de la Reina Victoria, con el fin de establecer un hospital de la Cruz Roja, institución muy protegida por la soberana, de quien era Presidenta. Es evidente que al llegar la Duquesa a la ciudad ya estaba acordada de antemano la fundación del hospital, puesto que al día siguiente se comenzaba su transformación en hospital de 200 camas. Mientras se habilitaban las recientemente acabadas escuelas graduadas, pendientes de inauguración en la fecha, se tomaba posesión provisional del Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, en plenas vacaciones estivales, generosamente cedido a aquellos, y al que el Marqués de Urquijo aportó 30 camas.

Con la Duquesa llegaban varias jóvenes de su mismo entorno social (Ferry del Val, Benavente, Navarro, etc), enfermeras voluntarias a las que se sumaban las pertenecientes en Melilla a la Junta de Damas, que, como he escrito líneas arriba poseían una sólida capacitación para el duro trabajo que les esperaba.

 Grupo Escolar en 1921, que sería sede del hospital de la Cruz Roja

Desde el primer momento el hospital recibió toda clase de ayudas provenientes de toda España. La mano extensa de la reina Victoria y las relaciones sociales de la Duquesa de la Victoria no debieron ser ajenas a esta circunstancia. A finales de agosto contaba ya con 150 camas, y el día primero de septiembre entraba en funcionamiento.

Este lujo de medios, tanto personales como materiales, contrastaba fuertemente con la escasez de medios de los hospitales militares, carentes de todo y con instalaciones en bastante mal estado, sobre todo por su provisionalidad que, como ha ocurrido en Melilla en tantas ocasiones, perduraba largo tiempo sin solución definitiva. El coronel Francisco Triviño Valdivia, Inspector del Cuerpo, mencionado en un artículo mío anterior en estas páginas, en relación con el brigadier Villacampa, fue acusado en la Cortes por el diputado capitán de caballería Martínez Campos, por la mala condición de los hospitales militares de la plaza, sobre todo el llamado Docker, el actual Pagés, adonde en un principio los soldados heridos o enfermos no querían ser ingresados, pidiendo fueran conducidos al de la Cruz Roja, y donde, pese a ello, hubo excelentes profesionales, entre ellos el arriba mencionado Fidel Pagés, pero quienes, hasta que el Gobierno tuvo conocimiento de ello e hizo intentos de remediar sus insuficiencias, carecieron de los medios necesarios para una función que exigía, por su naturaleza humanitaria, los mejores y más abundantes recursos.

En esta época de emociones provocadas por los asuntos de África, tampoco la Duquesa de la Victoria se libró de rumores interesados en los que se hacía alusión al pabellón cedido por la Comandancia General a la ilustre dama, generosamente acondicionado por la primera sin reparar en gastos. Una acusación malévola teniendo en cuenta que la Duquesa entraba en el hospital a las 8 de la mañana y salía a las 10 de la noche, en horario continuo, haciendo según todos los testigos, tanto de auxiliar de cirugía en las funciones más ingratas, como de simple ayudante de enfermero limpiando las heridas, como de madre accidental de los soldados hospitalizados, a los que atendía con solicitud, lo mismo que el resto de Damas cuya labor fue unánimemente elogiada por todos, y cuya meritoria función sanitaria se extendería más tarde a otros hospitales de la plaza. Según García-Nielfa, a los evacuados hacia Melilla se les iluminaba el rostro al escuchar el nombre de la Duquesa de la Victoria, garantía de excelente atención sanitaria y excepcional trato humano, una de las pocas personas que el diputado socialista Indalecio Prieto, de visita en Melilla, salvó de la crítica en aquellos años de conmoción social.

Sala del hospital de enfermos en 1923

En abril de 1922 la Junta de Arbitrios cedía el edificio de las escuelas a la Cruz Roja. Desde ese momento el hospital, hasta entonces militar, se convertía también en hospital civil, desplazando al viejo y deteriorado del Pueblo. El hospitalizado abonaba 4,50 pesetas por estancia que en marzo de 1923 se elevaron a 5, una importante cantidad que muy pocos se podían permitir abonar en Melilla, donde la población era, en su mayor parte de condición muy modesta, teniendo que subvenir la Junta de Arbitrios al pago de las estancias hospitalarias de una buena parte de aquella, en una labor de beneficencia modélica que es preciso resaltar.

Ala de ampliación del hospital de la Cruz Roja en 1926

A fines de 1922 se comenzaron las obras del que se denominaba “nuevo hospital civil de Melilla”, ampliación del primero costeada con los donativos recibidos tras los sucesos del año anterior, obras terminadas dos años más tarde, y cuya estructura maltratada desapareció recientemente.

Terminadas las campañas dejó su función parcial de hospital militar para convertirse en el único hospital civil de Melilla hasta la construcción y entrada en funcionamiento del actual Comarcal.

Estas líneas, que ponen de manifiesto, aunque de forma inevitablemente muy extractada, la labor de la Cruz Roja en sus primeros años en Melilla, pretenden ser un modesto homenaje a la labor imprescindible de un organismo cuyo prestigio está sólidamente asentado en el mundo actual.

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