Articulo publicado por Francisco Saro Gandarillas en el Periódico Melillense (31-05-2007)
El día 5 del mes de noviembre de
2005 se cumplieron cien años desde la fundación de la primera comisión local de
la Cruz Roja
en Melilla.
Desde su establecimiento en
España en 1864, en el mismo año en que quedaban definidos sus fines en la
histórica Convención de Ginebra, casi todas las capitales de provincia en
España habían elegido sus primeros órganos directivos y ejecutivos; entre
ellas, la ciudad de Ceuta tenía su inicial grupo de benéficos voluntarios
adheridos a la Cruz Roja
desde octubre de 1893, pocos días antes de la llegada a Melilla de una
ambulancia de la
Organización, procedente de Madrid, para participar, con
mejor buena voluntad que actuación efectiva, pues llegó cuando la política
sustituyó a la acción bélica, en atenciones sanitarias derivadas de la llamada
guerra de Margallo.
La comisión creada en Melilla en
1905 era lo que se denominaría, en lenguaje político, un equipo de “cuadros”. Fue designado presidente el
laureado coronel médico Urbano Orad, de gran prestigio profesional en la
ciudad; vicepresidente, el recién llegado ingeniero de las Obras del Puerto
Manuel Becerra, que treinta años más tarde sería ministro republicano, y entre
los vocales, como nombres destacados, el inevitable Cándido Lobera, capitán de
Artillería, en la ciudad desde la campaña de 1893, y el entonces comandante de
Caballería Manuel Fernández Silvestre, que mandaba el escuadrón de Caballería
del Mantelete, y quien, sin sospecharlo entonces, sería con el tiempo, y por
hechos que la Historia
de nuestro país desearía que jamás hubiesen ocurrido, el involuntario impulsor
de la ampliación y consolidación de la Cruz Roja en Melilla.
Esta primera comisión local no
tendría ocasión de poner en práctica durante algunos años los propósitos por
los que fue creada por no haber motivo para ello; pero no tardarían en
producirse acontecimientos en los campos cercanos de Marruecos cuyas derivas
hubiesen exigido la utilización en pleno de los modestos medios y recursos a
disposición de Cruz Roja melillense.
Una primera ocasión: La
Guerra del Rif de 1909
Son bien conocidos los
antecedentes, secuencia y desenlace de la llamada Campaña del Rif de 1909.
Sería esta la primera ocasión que tuvo la Cruz Roja local para desarrollar su trabajo
benefactor en un escenario propio de sus fines fundacionales.
No era, sin embargo, propicio el ambiente
local para desplegar los escasos medios a su disposición. En un artículo anterior
he mencionado el poco interés que el General Marina tenía en facilitar la
colaboración de la Cruz Roja
local. Como he escrito en un artículo anterior, Carmen de Burgos “Colombine”, a
juzgar por los testigos, no salió con buena cara de la entrevista mantenida con
el Comandante General, a su llegada a Melilla, para impulsar la colaboración
del instituto benéfico en la iniciada campaña. Quizá la escritora no acertó a
llegar en el momento idóneo, pues en agosto las operaciones estuvieron detenidas
sin un preciso objetivo posterior y no había una diáfana conciencia de por
donde iban a evolucionar los acontecimientos. Colombine se fue de la plaza sin
haber conseguido su objetivo.
La evolución de la campaña hizo
que el General Marina tuviera que cambiar de parecer. Antes de comenzar las operaciones
de Beni Sicar ya se sabía que los medios de evacuación de heridos no eran
suficientes y que el hospital militar del pueblo no disponía de suficiente
personal. Las carencias se exteriorizaron claramente tras el duro combate de
Taxdirt, el 20 de septiembre, cuando los casi 200 heridos y contusos no
pudieron ser evacuados en el mismo día y hubo que esperar al siguiente para, a
través de Rostrogordo, distribuirlos por distintos hospitales, la mayor parte
improvisados.
Es en este momento cuando, ante
la falta de personal sanitario, se procede con urgencia la organización de una Junta
de Damas de la Cruz Roja,
con el fin de paliar en lo posible la carencia de enfermeros, carencia que pasó
por sus momentos más comprometidos cuando practicantes y enfermeros civiles,
que por 1,75 pesetas diarias, menos de lo que cobraba un jornalero, hacían
turnos agotadores, se fueron despidiendo, dejando gran parte del trabajo en
manos de las benéficas señoras y madres del Buen Consejo. Las primeras haciendo
turnos de seis horas diarias en el Hospital central, con dos o tres salas por
dama; por la noche eran relevadas por la reverendas madres del Buen Consejo.
Una labor, por cierto, muy poco valorada, pues la media docena de informes
finales sobre la campaña, con una sola excepción, y esta bastante difusa, ni
siquiera las menciona.
Madres del Buen Consejo y Alexandra Wolf acompañaron en
ocasiones a Fidel Pagés en su extraordinario trabajo como cirujano.
Ejemplo de trabajo desinteresado
a favor de la Asociación
en Melilla fue el de la inglesa Alexandra Wolf, conocida en la plaza, donde se
hizo muy popular, como Alejandrina o la “Inglesita”,
llegada el 15 de septiembre, en compañía de su hermano Raoul Wolf, gerente de
unas minas asturianas. Venía recomendada al médico mayor Paulino Fernández
Mariscal, con destino en el Hospital militar de Melilla, en cuyo pabellón de la
calle Ledesma se alojó.
La inglesa Alexandra Wolf en el Hospital del Rey, durante
su estancia en Melilla en 1909
Recién casada, había perdido a su
marido durante el viaje de novios en la ciudad de San Francisco, víctima del terremoto.
Como respuesta emocional se propuso dedicar sus atenciones a los enfermos y
heridos en la primera ocasión que se produjese; esa fue la campaña del Rif.
Alejandrina pretendía incorporarse a la columna de Sanidad Militar que
acompañaba a las tropas por los campos marroquíes; para ello llegaba con buenas
recomendaciones de la Corte,
entre ellas de la familia real. Aunque fue convencida de que su propósito era
imposible, al fin aceptó prestar sus servicios en el hospital provisional
instalado en el teatro Alcántara. Posteriormente, como dama de la Cruz Roja, pasaría al
Hospital de la plaza de la
Parada, donde prestó impagables servicios; tanto en sala como
en quirófano, donde según testigos era de admirar su sangre fría y su
disposición, acompañando en ocasiones a Fidel Pagés en su extraordinario
trabajo como cirujano. Según expresaba el polémico Eugenio Noel, el escritor
costumbrista que prestaba sus servicios como voluntario en el regimiento
Inmemorial, gran admirador de la inglesa, “tal
vez su talento no ha sido superado en Melilla por nadie”.
Tengo para mí que, además de las razones
antes expuestas, la intervención primera de Carmen de Burgos y la posterior de
Alexandra Wolf, debieron contribuir no poco a que, al fin, se permitiera por la Comandancia la
creación de la primera Asociación de Damas de la Cruz Roja en Melilla.
En cuanto al trabajo de los
medios operativos de ambulancia se puede decir que fue casi nulo. Importante despliegue
en la mayor parte de las poblaciones en las que eran recibidos los heridos y
enfermos procedentes de Melilla, mientras que en Melilla su participación fue
meramente testimonial, pese a que los elementos a disposición de Sanidad
Militar fueron claramente insuficientes, como pusieron de manifiesto el general
Banús, y teniente coronel Avilés, ambos de Ingenieros, asegurando que se
carecía de las camillas, artolas y trenes de evacuación necesarios, carencia
que hubiese podido ser paliada, en parte, con voluntarios de la Cruz Roja, organizados
previamente. El teniente coronel Avilés, hacía hincapié en el hecho señalado de
que habiendo estado tan extendida por España la asociación no se hubieran
utilizado sus servicios en Melilla con la intensidad aconsejable. Insistía
sobre la necesidad de estar prevenidos para otra posible campaña posterior,
fomentando la creación de secciones operativas de la Cruz Roja en la plaza y
haciendo una selección de las peninsulares que pudieran aportar medios
personales y materiales en caso de necesidad.
La
Campaña del Kert:
Un paso adelante
Terminada la campaña la Junta Directiva de
la Cruz Roja
fue ampliada hasta el número de once miembros, iniciando la tónica a seguir en
años sucesivos de involucrar el mayor número de gente posible, preferentemente de
acreditada relevancia social, seguramente con la idea práctica de asegurar
también la mayor cantidad posible de bienhechores o “hermanos pasivos”, según la denominación de la época, que garantizaran
al organismo unos ingresos regulares. Se inauguró una oficina –almacén en el
número 2 de la calle O’Donnell, donde poco más tarde se situaría el consultorio
de la asociación, consultorio asociado, junto a la ambulancia sanitaria, a la
iniciativa personal del que fue médico civil en Melilla Jorge Solanilla,
llegado a la ciudad en 1908 tras los pasos de su hermano Fernando, capellán
castrense de Artillería.
Iniciada la campaña del Kert en
agosto de 1911, la Cruz Roja
pasó a desempeñar un papel más activo, en todos los órdenes, que el efectuado
en la anterior.
La Junta de Señoras desplazó
sus servicios del Hospital del pueblo, en muy malas condiciones, al creado en
la campaña anterior, el hospital Docker, cuya planta básica estaba compuesta de
barracones de madera cuya marca de origen dio nombre al centro sanitario; para
su desplazamiento se les facilitó un camión automóvil de Artillería, que hacía
diariamente cinco viajes desde la casa de Melul, en la plaza de Santa Bárbara (hoy
de España) hasta el hospital. A las damas de la Cruz Roja se unieron
igualmente señoras no pertenecientes a la Asociación, pero todas desempeñaron un papel
callado aunque meritorio, como puso de manifiesto Consuelo González, esposa del
primer teniente del regimiento de Taxdirt, Julián Hernández Regalado, en un libro
que recoge la función desempeñada por la mujer en la campaña del Kert.
La ambulancia sanitaria tuvo un
mayor papel que en la campaña anterior. Aunque no se le permitía entrar en la
zona de conflicto, se hizo cargo de la conducción de heridos desde el punto de
llegada del tren sanitario hasta el hospital; también asumió la tarea
importante, en colaboración con la Sanidad Militar, del traslado de heridos y
enfermos desde los hospitales hasta los barcos destinados a su evacuación. Un
grupo de voluntarios de la
Institución acompañaba a los evacuados hasta el puerto de
destino, donde eran recibidos, a su vez, por voluntarios de la Cruz Roja que se hacían
cargo de ellos hasta depositarlos en hospitales o domicilios.
Terminada la campaña, la Cruz Roja, con nueva
organización local, pasó a desempeñar cometidos de orden benéfico,
complementarios de los propios de otras asociaciones de tipo asistencial
existentes o creadas en años sucesivos en Melilla, en una labor común que tuvo
como resultado, me atrevo a decir, una de las actuaciones más destacadas en
España en pro de la atención de los más desfavorecidos. Bajo la presidencia del
notario Roberto Cano, se amplió su estructura local hasta cuatro
vicepresidentes, un inspector de servicios y un director de almacén, además de la Sección de Señoras, cuya
presidencia ostentaba siempre la esposa del Comandante General, y la Brigada de ambulancia. En
el cuadro aparecen nombres que estuvieron vinculados al organismo durante
varios años, como el propio presidente Cano Flores, el ingeniero militar Emilio
Alzugaray, el jefe de Correos Lorenzo Antoine, el ingeniero de minas Luís
García Alix, el empresario Antonio Montes Hoyo o el periodista Jaime Tur,
además del médico, ya citado, Jorge Solanilla, como inspector del servicios y
jefe de la ambulancia sanitaria.
Para allegar fondos, además de
las aportaciones de los socios, se organizaron fiestas benéficas de diversos
tipos o cuestaciones como la llamada “Fiesta
de la Banderita”,
en las que participaban directamente las damas voluntarias de la Asociación. Durante
los años veinte la principal fuente de recaudación fueron las corridas de toros
a beneficio de la institución.
Damas de la
Cruz Roja durante la Fiesta de la Banderita en 1914
Las cifras recaudadas no eran
especialmente llamativas; en 1916 se recaudaron 3.083 pesetas por cuotas de
socios y 1.303 por funciones y cuestaciones benéficas. A finales de año el número
de socios alcanzaba la cifra de 160. En ese mismo año pasaba su sede al número
2 de la calle Tallaví, donde se establecía el cuartelillo, con oficinas y almacenes.
Como ejemplo de prestaciones
facilitadas por la Cruz Roja,
tenemos el de las ayudas facilitadas a los damnificados por el terrible
temporal de 1914.
Por decreto de 28 de febrero de
1917 del Ministerio de la
Guerra se crea el Cuerpo de Damas enfermeras, impulsando la
creación de un núcleo de enfermeras con una base sanitaria sólida a la que el
simple entusiasmo y dedicación de las anteriores voluntarias no conseguía
evidentemente suplir del todo, exigiéndose como condiciones para acceder como
alumna el ser española, tener más de 17 años y ser asociada de la Cruz Roja. Bajo la
dirección de un médico se daban clases teóricas con arreglo a un programa
previamente establecido y se practicaban exámenes finales ante un tribunal. Las
declaradas aptas pasaban a los hospitales para efectuar las prácticas
necesarias, recibiendo un nombramiento al final del ciclo.
Damas y enfermeras con médicos militares en 1919
Del “Desastre de Annual” al final de las campañas
Los acontecimientos siguientes al
llamado “desastre de Annual”, en
julio de 1921, obligaron al Gobierno a poner a disposición del mando militar de
la zona una cantidad de medios de todo tipo con el fin de restablecer la
situación anterior. Las operaciones militares, que en algún momento, con
franqueza poco habitual, se llegó a llamar “de
desquite”, llevaron consigo la aplicación de servicios parcamente
utilizados en ocasiones anteriores, entre ellos los de la Cruz Roja. Una labor
callada la de esta imprescindible asociación, que hubiera pasado casi
totalmente inadvertida si el soldado de
“cuota” Arauz de Robles no la hubiera recogido en su imprescindible libro “Por el camino de Annual”, en el que
refiere el incesante tráfago de los vehículos de la Cruz Roja conduciendo heridos
desde las posiciones adelantadas hasta Melilla, sobre todo desde el inicio de
la llamada reconquista del territorio con la ocupación de Nador el 17 de
septiembre, momento en que se establece una permanente línea de evacuación
entre la primera línea del combate y los hospitales de Melilla, Docker, Alfonso
XIII, Santiago, etc, y, por supuesto, el nuevo de la Cruz Roja.
El propio Arauz de Robles fue
testigo de la llegada al hospital Docker de los trenes de la Cruz Roja abarrotados de
heridos tras los combates de Sebt y Ulad Daud en octubre, con la presencia
masiva de numerosos transeúntes que se agolpaban con ansiedad ante las verjas
del hospital para presenciar el dramático convoy. Más tarde en Sbuch Sbaa
contempla igualmente el incesante va y viene de los automóviles de la
institución, a veces con la presencia de las “hermanas” y enfermeras de la Cruz Roja en su
interior.
El andalucista García – Nielfa,
compañero de Blas Infante, observaba en Zeluán como las voluntarias de la Cruz Roja esperaban en
la estación de Zeluán la llegada de los heridos. “Sublimes madrinas de guerra” les llamaba el escritor en su libro
Moros y cristianos.
La Duquesa de la
Victoria durante un acto celebrado el 15-02-1922
Por razones que no soy capaz de
precisar esta labor de la
Asociación es prácticamente omitida u olvidada en la mayoría
de las publicaciones que se refieren a las campañas de Marruecos, quizá porque
la actuación de las tropas combatientes acaparaban el total de la información,
por su propio carácter y la indudable espectacularidad de las operaciones de
guerra.
Hubo un momento, cuando se
suscitó el problema del rescate de los prisioneros en poder de Abdelkrim, en
que se pensó que la Cruz
Roja debía tomar protagonismo en el caso, pero, por diversas razones,
la ocasión pasó de largo y nada pudo hacer. Sí pudo, sin embargo, hacer llegar
a aquellos una ayuda humanitaria que, cuando les llegó, que no fue siempre, fue
muy bien recibida por los cautivos.
Tras el desembarco de Alhucemas
el benéfico organismo obtendría breves momentos de atención por parte de prensa
y organismos públicos, sospecho que más por la presencia de la Duquesa de la Victoria en el sitio que
por el propio trabajo de la
Cruz Roja en sí mismo, que, repito, no fue valorado en su
justa medida dentro de las numerosas publicaciones, tanto particulares como
oficiales, surgidas de los acontecimientos acaecidos en tierras de Marruecos,
donde ha sido ignorada, bajo el punto de vista operativo en campaña, con rara
unanimidad.
El Hospital de la
Cruz Roja
No fue este el caso del Hospital
de la Cruz Roja
de Melilla, quien, en aquellos trágicos días, se llevó el cien por cien de la
información, absolutamente positiva, de la relativa al organismo.
El día 29 de julio llegaba a
Melilla la Duquesa
de la Victoria. Venía,
en nombre de la Reina
Victoria, con el fin de establecer un hospital de la Cruz Roja, institución
muy protegida por la soberana, de quien era Presidenta. Es evidente que al
llegar la Duquesa
a la ciudad ya estaba acordada de antemano la fundación del hospital, puesto
que al día siguiente se comenzaba su transformación en hospital de 200 camas.
Mientras se habilitaban las recientemente acabadas escuelas graduadas,
pendientes de inauguración en la fecha, se tomaba posesión provisional del
Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, en plenas vacaciones
estivales, generosamente cedido a aquellos, y al que el Marqués de Urquijo
aportó 30 camas.
Con la Duquesa llegaban varias
jóvenes de su mismo entorno social (Ferry del Val, Benavente, Navarro, etc),
enfermeras voluntarias a las que se sumaban las pertenecientes en Melilla a la Junta de Damas, que, como he
escrito líneas arriba poseían una sólida capacitación para el duro trabajo que
les esperaba.
Grupo Escolar en 1921, que sería sede del hospital de la Cruz Roja
Desde el primer momento el
hospital recibió toda clase de ayudas provenientes de toda España. La mano
extensa de la reina Victoria y las relaciones sociales de la Duquesa de la Victoria no debieron ser
ajenas a esta circunstancia. A finales de agosto contaba ya con 150 camas, y el
día primero de septiembre entraba en funcionamiento.
Este lujo de medios, tanto
personales como materiales, contrastaba fuertemente con la escasez de medios de
los hospitales militares, carentes de todo y con instalaciones en bastante mal
estado, sobre todo por su provisionalidad que, como ha ocurrido en Melilla en
tantas ocasiones, perduraba largo tiempo sin solución definitiva. El coronel
Francisco Triviño Valdivia, Inspector del Cuerpo, mencionado en un artículo mío
anterior en estas páginas, en relación con el brigadier Villacampa, fue acusado
en la Cortes
por el diputado capitán de caballería Martínez Campos, por la mala condición de
los hospitales militares de la plaza, sobre todo el llamado Docker, el actual
Pagés, adonde en un principio los soldados heridos o enfermos no querían ser
ingresados, pidiendo fueran conducidos al de la Cruz Roja, y donde, pese
a ello, hubo excelentes profesionales, entre ellos el arriba mencionado Fidel
Pagés, pero quienes, hasta que el Gobierno tuvo conocimiento de ello e hizo
intentos de remediar sus insuficiencias, carecieron de los medios necesarios
para una función que exigía, por su naturaleza humanitaria, los mejores y más
abundantes recursos.
En esta época de emociones
provocadas por los asuntos de África, tampoco la Duquesa de la Victoria se libró de
rumores interesados en los que se hacía alusión al pabellón cedido por la Comandancia General
a la ilustre dama, generosamente acondicionado por la primera sin reparar en
gastos. Una acusación malévola teniendo en cuenta que la Duquesa entraba en el hospital
a las 8 de la mañana y salía a las 10 de la noche, en horario continuo, haciendo
según todos los testigos, tanto de auxiliar de cirugía en las funciones más ingratas,
como de simple ayudante de enfermero limpiando las heridas, como de madre
accidental de los soldados hospitalizados, a los que atendía con solicitud, lo mismo
que el resto de Damas cuya labor fue unánimemente elogiada por todos, y cuya
meritoria función sanitaria se extendería más tarde a otros hospitales de la plaza.
Según García-Nielfa, a los evacuados hacia Melilla se les iluminaba el rostro al
escuchar el nombre de la
Duquesa de la
Victoria, garantía de excelente atención sanitaria y
excepcional trato humano, una de las pocas personas que el diputado socialista
Indalecio Prieto, de visita en Melilla, salvó de la crítica en aquellos años de
conmoción social.
En abril de 1922 la Junta de Arbitrios cedía el
edificio de las escuelas a la
Cruz Roja. Desde ese momento el hospital, hasta entonces
militar, se convertía también en hospital civil, desplazando al viejo y
deteriorado del Pueblo. El hospitalizado abonaba 4,50 pesetas por estancia que
en marzo de 1923 se elevaron a 5, una importante cantidad que muy pocos se
podían permitir abonar en Melilla, donde la población era, en su mayor parte de
condición muy modesta, teniendo que subvenir la Junta de Arbitrios al pago
de las estancias hospitalarias de una buena parte de aquella, en una labor de
beneficencia modélica que es preciso resaltar.
A fines de 1922 se comenzaron las
obras del que se denominaba “nuevo hospital civil de Melilla”, ampliación del
primero costeada con los donativos recibidos tras los sucesos del año anterior,
obras terminadas dos años más tarde, y cuya estructura maltratada desapareció
recientemente.
Terminadas las campañas dejó su
función parcial de hospital militar para convertirse en el único hospital civil
de Melilla hasta la construcción y entrada en funcionamiento del actual
Comarcal.
Estas líneas, que ponen de
manifiesto, aunque de forma inevitablemente muy extractada, la labor de la Cruz Roja en sus primeros
años en Melilla, pretenden ser un modesto homenaje a la labor imprescindible de
un organismo cuyo prestigio está sólidamente asentado en el mundo actual.
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