Publicado por Francisco Saro
Gandarillas en Prensa-3, n° 5,
1983; Cuadernos de Historia de Melilla, nº1, 1988,
p-133-138.
Entre las características que
mejor definen a la humanidad, sobresale por su impacto inmediato sobre el medio
social, aquella que le permite transformar radicalmente el entorno geográfico
sobre el que se asienta, haciendo de zonas de escasa o nula habitabilidad
centros de vida adecuados a las necesidades del hombre.
Parque Hernández
Solo un gran esfuerzo de imaginación
nos permite representarnos actualmente el terreno sobre el que se asentó el
centro de la ciudad de Melilla tal como era hace cien años, en una época en que
todas las principales ciudades españolas tenían ya perfectamente definida su
estructura básica.
Nos parece muy difícil aceptar,
que, en esta ciudad, el actual centro urbano era simplemente un inhóspito páramo
desprovisto de toda edificación, con una escasa vegetación compuesta mayormente
de esparto y palmitos, en el que, con dificultades, algunos cuerpos de la
guarnición habían roturado una parte del mismo; pequeños huertos de los que
sacaban algunos productos hortícola, apenas suficientes para la no muy numerosa
población.
El llano de
instrucción o el viejo cauce del río de Oro
Sobre lo que años antes había
sido el viejo cauce del río de Oro se habían vertido las tierras extraídas del
nuevo, formándose una irregular explanada que las unidades militares
aprovechaban para campo de instrucción y el vecindario para arrojar los
desechos. El campo se extendía entre la carretera de Mazuza y la que, por la calera
de Ingenieros, se dirigía a Cabrerizas, ambas iniciadas en la puerta del campo,
salida del Mantelete. La explanada fue utilizada como campo de instrucción
durante treinta años.
A mediados de 1899 llega a
Melilla el nuevo Comandante General D. Venancio Hernández Fernández, hombre de
corta reseña biográfica pero al que podemos juzgar por las iniciativas salidas
de su sensibilidad. Entre ellas destaca la creación de un gran parque forestal
en los terrenos del antiguo campo de instrucción, idea claramente inédita y con
su realización dejaba planteado el futuro trazado de la ciudad en expansión.
En noviembre de ese mismo año el
General Hernández asume la presidencia de la Junta de Arbitrios, Ayuntamiento “Sui Generis” que rigió el municipio
melillense hasta 1927, formado por militares y civiles de la plaza. Al año
siguiente encomienda al ingeniero militar D. Vicente García del Campo la
formación de un proyecto de parque en el triángulo formado por las carreteras
de Mazuza y Cabrerizas teniendo como base el Cerro de Santiago. El proyecto era
ambicioso si tenemos en cuenta las mas dificultades del terreno y la población
a quién iba destinado, de apenas 6.000 almas. Apenas un año más tarde del
inicio de las obras el parque estaba prácticamente terminado. En un principio
solamente forestal, no existían zonas ajardinadas, únicamente árboles de
especies diversas, algunas de imposible aclimatación, por lo que hubo
permanentes cambios de aquéllas, pues el terreno estaba mal dotado para la
supervivencia de plantas venidas de fuera. Junto al parque se instaló un vivero
(en lo que hoy es la calle Teniente Coronel Seguí y Terrenos de la Junta del Puerto), vivero
que permaneció hasta 1919 en el que se trasladaron al espacio previsto para
Parque escolar de las Escuelas Graduadas en lo que hoy es Instituto Leopoldo
Queipo y Edificio de la AISS.
El 18 de mayo de 1902 quedaba inaugurado
el parque con el nombre oficial de Parque Hernández, el mismo día en que inauguraba
también la nueva plaza de toros de la derecha del rió Oro, conmemorando con
ambas inauguraciones la mayoría de edad del rey Alfonso XIII.
Desde el principio el parque fue muy
bien acogido por la población melillense. El contraste, con toda lógica, debió
ser formidable. Hasta entonces la población utilizaba, con humilde remero de
parque el Huerto de las Cañas, a la derecha del río, en lo que hoy es Cuartel
del Generalísimo, lugar de peregrinación en los días festivos, pero
evidentemente demasiado lejano y como consecuencia demasiado inseguro, aún
contando con la protección del Fuerte de Camellos.
El nuevo parque desplazó como era
de esperar las actividades lúdicas de la plaza. Fiestas patronales y
carnavales, anteriormente celebradas en
la Marina,
tuvieron que repartirse entre ambos lugares, y definitivamente, al instalase
las vías del ferrocarril para la construcción del puerto en el paseo .del muro
X, las festividades quedaron centradas exclusivamente en el parque. En aquellos
días el paseo central se constituía en eje de los festejos levantándose casetas,
instalándose juegos y cucañas, salpicándose aquí y allá de puestecitos de
chucherías para los niños, e indefectiblemente, visto
en todas partes, el vendedor de la “cuajaíta”,
refresco típico veraniego hasta que el helado fue acabando poco a poco con él.
Los organismos militares y civiles rivalizaban en la construcción de sus
casetas, entre las que nunca faltaban
las del Casino Militar y del Casino Español; las casetas del Parque
Hernández fueron espectáculo obligado durante bastantes años y hoy parece que
se vuelve a recuperar la tradición.
En el mismo año de la
inauguración se autoriza la construcción del barrio de Alfonso XIII,
comenzándose a levantar en terrenos tomados al Parque Hernández, quien de esta
forma, pierde un tercio en su extensión original, es decir, la parte
comprendida entre la calle de Sotomayor y la de Isabel la Católica. También
por el Este, al cederse a la J.O.P.
terrenos para la construcción del nuevo puerto, los viveros pierden parte de su
extensión. De esta forma, el parque queda reducido a sus dimensiones actuales,
más una rotonda situada en la base frente a la calle Carlos de Arellano,
rotonda que fue eliminada, según creo, durante la República, no sin
grandes protestas por parte de la opinión pública. Con sus nuevas dimensiones,
el parque tomaba ciertamente una forma similar a la de un cañón antiguo, lo
cual no significa, tal como se suele creer en Melilla, que fuera un homenaje al
General Hernández como artillero, pues el general pertenecía al Arma de Infantería.
Si bien el parque era lugar
habitual de paseo diurno, la falta de luz y, sobre todo, la falta de seguridad
por la carencia de vigilancia hadan desaconsejable su utilización por la noche,
siendo raro el que se arriesgaba a utilizarlo en aquellas horas, ni siquiera
como lugar de paso para el barrio de Alfonso XIII, utilizándose para ello la
carretera del Buen Acuerdo a la derecha del mismo.
Para dejar a la posteridad
memoria de su fundador, la Junta
de Arbitrios, por iniciativa del Jefe de Artillería, Conde de la Torre Alta, se propuso levantar
una columna
conmemorativa; sin embargo a la hora de poner en marcha el proyecto, el
presupuesto les pareció demasiado alto y la idea quedó en suspenso, hasta que,
falleció el general el 7 de agosto de 1904. Cándido Lobera la volvió a resucitar,
abriendo una colecta pública.
Cuatro años más tarde se
levantaba la columna al final del parque, donde aún se encuentra situada.
En 1906 se comenzó la
urbanización del parque, muy necesaria por ser el terreno irregular al estar la
tierra sin asentar. Los trabajos fueron inútiles pues en la célebre inundación
de septiembre de ese año el parque quedó completamente arrasado, teniéndose que
volver a comenzar las obras.
En 1907 se le dotó de un templete
para la música. Desde entonces y durante muchísimos años las bandas de música
de los regimientos de Infantería
de la guarnición se turnaron para dar conciertos, muy celebrados por el
numeroso público asistente y espectáculo habitual de la vida cotidiana de la
ciudad.
El parque fue asimismo, testigo
de los primeros pinitos deportivos en Melilla, al menos de forma organizada.
Sucedió allá por 1905. La población tenia ya una cierta entidad, por lo que la
formación de un club deportivo se estaba haciendo esperar. Lo chocante fue que
la iniciativa partiera del elemento femenino de la ciudad, si tenemos en cuenta
que para la opinión pública las actividades deportivas eran consideradas más
bien cosa de adanes que de evas, por lo que no estaba bien visto que las
mujeres dedicaran sus esfuerzos a estos menesteres. Así todo, y entre la
rechifla de los hombres que no les auguran un brillante porvenir, las
entusiastas féminas funda el Melilla Sporting Club con el apoyo solitario e incomprendido del capitán
de Administración Militar Don Antonio Pezzi quien, al parecer, tenia confianza
en el impulso de las activas señoras. La Junta concedió a la neonata
sociedad un trocito del parque al final del mismo, frente a lo que hoy es
Comandancia General, entonces pabellones militares. Así comenzó la práctica del
“sport” en Melilla. En un principio
solo a base de “lawn tennis”
y “skating”, las actividades
deportivas entusiasmaban la primera señora de Tur quien exclamaba, con rara habilidad
poética:
Dios mío está Melilla
lo mismo que London
púes funda sociedades
y se entrega al sport.
No se puede decir más de Melilla
en menos palabras. Buen anticipo del auge futuro de la ciudad.
A pesar de la buena voluntad de
las damas, y tal como vaticinaban los agoreros, el Club se fue consumiendo y
desapareció al poco tiempo sin pena ni gloria. Se habran anticipado demasiado a
los tiempos; la iniciativa era demasiado prematura.
Entrada del Parque
Hernández 1911
Al urbanizarse la explanada de
Santa Bárbara con la construcción de la Plaza de España, la entrada del Parque Hernández
no armonizaba con el empaque de aquella. Por ello la Junta decidió levantar una
portada en consonancia con la categoría del entorno, y así en 1914, se terminó
el cerramiento y portada que es, básicamente, el que tenemos ahora. En la esquina
N. E. se levanta un bar de planta cuadrada, bar que según las épocas se ha
llamado Preferido y Gambrinus, y que supuso una atracción más que añadir a las
ya existentes; entre ellas, una gran pajarera y un magnifico estanque de patos.
Bar Gambrinus en la
entrada del Parque Hernandez
Con la construcción del centro de
la ciudad y la desaparición del paseo tradicional del muro X, el parque pasa a
ser el lugar preferido de los melillenses, especialmente de lo que podríamos
llamar, con riesgo de equivocarnos, la alta sociedad, quien comienza a demarcar
dentro de aquél sus lugares de esparcimiento estrictamente separados por ley no
escrita de los utilizados por el común. La ley que establece la costumbre ordena
que la apertura oficial del parque como lugar de recreo veraniego sea el 20 de
junio; a partir de esa fecha el paseo se convierte en lugar obligado donde de conciertan
citas, se barruntan noviazgos y, en cualquier caso, se pasan unas horas entretenidas
antes de que la caída de la tarde aleje al personal hacia los domicilios o
teatros según el mayor o menor recogimiento de aquél.
El parque es espectáculo
cotidiano que atrae a niños y mayores, algunos de estos últimos furibundos
aficionados como aquel personaje expansivo que con el seudónimo de Conde de
Mezquita (léase Tur) escribía con evidente exageración: “Quién vio ayer el parque y no creyó en Dios y en Melilla, tiene
seguramente brumas en la vista”.
Desde 1915, año en que se levanta
el depósito de agua elevado, el parque, hasta entonces casi exclusivamente
forestal, se transforma en superficie instalándose rocallas y parterres al
permitirse un riesgo continuado, escaso hasta entonces, ya que anteriormente el
agua se traía, en poca cantidad, de la presa del río de Oro junto al arroyo de
Farhana.
Depósito de agua
Aunque algunas ocasiones como la
apertura de la calle del General Jordana (hoy Teniente Coronel Segur) restó;
por aquello de la moda, paseantes al parque, tal como habla sucedido cuando se
habilitaron las aceras de la calle Chacel (hoy A venida), éste nunca ha dejado
de ser espacio frecuentado por un público heterogéneo que, fiel a su cita
diaria con una naturaleza más o menos ordenada, acude reiteradamente a uno de
los pocos lugares de la ciudad que aúna tranquilidad y espacios abiertos, tan necesarios
y tan escasos en el mundo actual.
Parque Hernández
Podemos creer que en el futuro, tanto como ahora, el parque, admirado por
extraños más que por propios, seguirá siendo el pulmón de Melilla, y que
nuestros sucesores estarán persuadidos de la necesidad de su permanencia, con el
convencimiento de que solamente con él Melilla seguirá siendo Melilla.
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