domingo, 19 de julio de 2015

El Parque Hernández



Publicado por Francisco Saro Gandarillas en Prensa-3, n° 5, 1983; Cuadernos de Historia de Melilla, nº1, 1988, p-133-138.



Entre las características que mejor definen a la humanidad, sobresale por su impacto inmediato sobre el medio social, aquella que le permite transformar radicalmente el entorno geográfico sobre el que se asienta, haciendo de zonas de escasa o nula habitabilidad centros de vida adecuados a las necesidades del hombre.


Parque Hernández


Solo un gran esfuerzo de imaginación nos permite representarnos actualmente el terreno sobre el que se asentó el centro de la ciudad de Melilla tal como era hace cien años, en una época en que todas las principales ciudades españolas tenían ya perfectamente definida su estructura básica.



Nos parece muy difícil aceptar, que, en esta ciudad, el actual centro urbano era simplemente un inhóspito páramo desprovisto de toda edificación, con una escasa vegetación compuesta mayormente de esparto y palmitos, en el que, con dificultades, algunos cuerpos de la guarnición habían roturado una parte del mismo; pequeños huertos de los que sacaban algunos productos hortícola, apenas suficientes para la no muy numerosa población.


El llano de instrucción o el viejo cauce del río de Oro

Sobre lo que años antes había sido el viejo cauce del río de Oro se habían vertido las tierras extraídas del nuevo, formándose una irregular explanada que las unidades militares aprovechaban para campo de instrucción y el vecindario para arrojar los desechos. El campo se extendía entre la carretera de Mazuza y la que, por la calera de Ingenieros, se dirigía a Cabrerizas, ambas iniciadas en la puerta del campo, salida del Mantelete. La explanada fue utilizada como campo de instrucción durante treinta años.



A mediados de 1899 llega a Melilla el nuevo Comandante General D. Venancio Hernández Fernández, hombre de corta reseña biográfica pero al que podemos juzgar por las iniciativas salidas de su sensibilidad. Entre ellas destaca la creación de un gran parque forestal en los terrenos del antiguo campo de instrucción, idea claramente inédita y con su realización dejaba planteado el futuro trazado de la ciudad en expansión.



En noviembre de ese mismo año el General Hernández asume la presidencia de la Junta de Arbitrios, Ayuntamiento “Sui Generis” que rigió el municipio melillense hasta 1927, formado por militares y civiles de la plaza. Al año siguiente encomienda al ingeniero militar D. Vicente García del Campo la formación de un proyecto de parque en el triángulo formado por las carreteras de Mazuza y Cabrerizas teniendo como base el Cerro de Santiago. El proyecto era ambicioso si tenemos en cuenta las mas dificultades del terreno y la población a quién iba destinado, de apenas 6.000 almas. Apenas un año más tarde del inicio de las obras el parque estaba prácticamente terminado. En un principio solamente forestal, no existían zonas ajardinadas, únicamente árboles de especies diversas, algunas de imposible aclimatación, por lo que hubo permanentes cambios de aquéllas, pues el terreno estaba mal dotado para la supervivencia de plantas venidas de fuera. Junto al parque se instaló un vivero (en lo que hoy es la calle Teniente Coronel Seguí y Terrenos de la Junta del Puerto), vivero que permaneció hasta 1919 en el que se trasladaron al espacio previsto para Parque escolar de las Escuelas Graduadas en lo que hoy es Instituto Leopoldo Queipo y Edificio de la AISS.



El 18 de mayo de 1902 quedaba inaugurado el parque con el nombre oficial de Parque Hernández, el mismo día en que inauguraba también la nueva plaza de toros de la derecha del rió Oro, conmemorando con ambas inauguraciones la mayoría de edad del rey Alfonso XIII.


Desde el principio el parque fue muy bien acogido por la población melillense. El contraste, con toda lógica, debió ser formidable. Hasta entonces la población utilizaba, con humilde remero de parque el Huerto de las Cañas, a la derecha del río, en lo que hoy es Cuartel del Generalísimo, lugar de peregrinación en los días festivos, pero evidentemente demasiado lejano y como consecuencia demasiado inseguro, aún contando con la protección del Fuerte de Camellos.



El nuevo parque desplazó como era de esperar las actividades lúdicas de la plaza. Fiestas patronales y carnavales, anteriormente celebradas en la Marina, tuvieron que repartirse entre ambos lugares, y definitivamente, al instalase las vías del ferrocarril para la construcción del puerto en el paseo .del muro X, las festividades quedaron centradas exclusivamente en el parque. En aquellos días el paseo central se constituía en eje de los festejos levantándose casetas, instalándose juegos y cucañas, salpicándose aquí y allá de puestecitos de chucherías para los niños, e indefectiblemente, visto en todas partes, el vendedor de la “cuajaíta”, refresco típico veraniego hasta que el helado fue acabando poco a poco con él. Los organismos militares y civiles rivalizaban en la construcción de sus casetas, entre las que nunca faltaban las del Casino Militar y del Casino Español; las casetas del Parque Hernández fueron espectáculo obligado durante bastantes años y hoy parece que se vuelve a recuperar la tradición.
En el mismo año de la inauguración se autoriza la construcción del barrio de Alfonso XIII, comenzándose a levantar en terrenos tomados al Parque Hernández, quien de esta forma, pierde un tercio en su extensión original, es decir, la parte comprendida entre la calle de Sotomayor y la de Isabel la Católica. También por el Este, al cederse a la J.O.P. terrenos para la construcción del nuevo puerto, los viveros pierden parte de su extensión. De esta forma, el parque queda reducido a sus dimensiones actuales, más una rotonda situada en la base frente a la calle Carlos de Arellano, rotonda que fue eliminada, según creo, durante la República, no sin grandes protestas por parte de la opinión pública. Con sus nuevas dimensiones, el parque tomaba ciertamente una forma similar a la de un cañón antiguo, lo cual no significa, tal como se suele creer en Melilla, que fuera un homenaje al General Hernández como artillero, pues el general pertenecía al Arma de Infantería.



Si bien el parque era lugar habitual de paseo diurno, la falta de luz y, sobre todo, la falta de seguridad por la carencia de vigilancia hadan desaconsejable su utilización por la noche, siendo raro el que se arriesgaba a utilizarlo en aquellas horas, ni siquiera como lugar de paso para el barrio de Alfonso XIII, utilizándose para ello la carretera del Buen Acuerdo a la derecha del mismo.



Para dejar a la posteridad memoria de su fundador, la Junta de Arbitrios, por iniciativa del Jefe de Artillería, Conde de la Torre Alta, se propuso levantar una columna conmemorativa; sin embargo a la hora de poner en marcha el proyecto, el presupuesto les pareció demasiado alto y la idea quedó en suspenso, hasta que, falleció el general el 7 de agosto de 1904. Cándido Lobera la volvió a resucitar, abriendo una colecta pública.

Cuatro años más tarde se levantaba la columna al final del parque, donde aún se encuentra situada.



En 1906 se comenzó la urbanización del parque, muy necesaria por ser el terreno irregular al estar la tierra sin asentar. Los trabajos fueron inútiles pues en la célebre inundación de septiembre de ese año el parque quedó completamente arrasado, teniéndose que volver a comenzar las obras.



En 1907 se le dotó de un templete para la música. Desde entonces y durante muchísimos años las bandas de música de los regimientos de Infantería de la guarnición se turnaron para dar conciertos, muy celebrados por el numeroso público asistente y espectáculo habitual de la vida cotidiana de la ciudad.

El parque fue asimismo, testigo de los primeros pinitos deportivos en Melilla, al menos de forma organizada. Sucedió allá por 1905. La población tenia ya una cierta entidad, por lo que la formación de un club deportivo se estaba haciendo esperar. Lo chocante fue que la iniciativa partiera del elemento femenino de la ciudad, si tenemos en cuenta que para la opinión pública las actividades deportivas eran consideradas más bien cosa de adanes que de evas, por lo que no estaba bien visto que las mujeres dedicaran sus esfuerzos a estos menesteres. Así todo, y entre la rechifla de los hombres que no les auguran un brillante porvenir, las entusiastas féminas funda el Melilla Sporting Club con el apoyo solitario e incomprendido del capitán de Administración Militar Don Antonio Pezzi quien, al parecer, tenia confianza en el impulso de las activas señoras. La Junta concedió a la neonata sociedad un trocito del parque al final del mismo, frente a lo que hoy es Comandancia General, entonces pabellones militares. Así comenzó la práctica del “sport” en Melilla. En un principio solo a base de lawn tennis y “skating”, las actividades deportivas entusiasmaban la primera señora de Tur quien exclamaba, con rara habilidad poética:

Dios mío está Melilla

lo mismo que London

púes funda sociedades

y se entrega al sport.



No se puede decir más de Melilla en menos palabras. Buen anticipo del auge futuro de la ciudad.



A pesar de la buena voluntad de las damas, y tal como vaticinaban los agoreros, el Club se fue consumiendo y desapareció al poco tiempo sin pena ni gloria. Se habran anticipado demasiado a los tiempos; la iniciativa era demasiado prematura.

Entrada del Parque Hernández 1911

Al urbanizarse la explanada de Santa Bárbara con la construcción de la Plaza de España, la entrada del Parque Hernández no armonizaba con el empaque de aquella. Por ello la Junta decidió levantar una portada en consonancia con la categoría del entorno, y así en 1914, se terminó el cerramiento y portada que es, básicamente, el que tenemos ahora. En la esquina N. E. se levanta un bar de planta cuadrada, bar que según las épocas se ha llamado Preferido y Gambrinus, y que supuso una atracción más que añadir a las ya existentes; entre ellas, una gran pajarera y un magnifico estanque de patos.

Bar Gambrinus en la entrada del Parque Hernandez

Con la construcción del centro de la ciudad y la desaparición del paseo tradicional del muro X, el parque pasa a ser el lugar preferido de los melillenses, especialmente de lo que podríamos llamar, con riesgo de equivocarnos, la alta sociedad, quien comienza a demarcar dentro de aquél sus lugares de esparcimiento estrictamente separados por ley no escrita de los utilizados por el común. La ley que establece la costumbre ordena que la apertura oficial del parque como lugar de recreo veraniego sea el 20 de junio; a partir de esa fecha el paseo se convierte en lugar obligado donde de conciertan citas, se barruntan noviazgos y, en cualquier caso, se pasan unas horas entretenidas antes de que la caída de la tarde aleje al personal hacia los domicilios o teatros según el mayor o menor recogimiento de aquél.



El parque es espectáculo cotidiano que atrae a niños y mayores, algunos de estos últimos furibundos aficionados como aquel personaje expansivo que con el seudónimo de Conde de Mezquita (léase Tur) escribía con evidente exageración: “Quién vio ayer el parque y no creyó en Dios y en Melilla, tiene seguramente brumas en la vista”.



Desde 1915, año en que se levanta el depósito de agua elevado, el parque, hasta entonces casi exclusivamente forestal, se transforma en superficie instalándose rocallas y parterres al permitirse un riesgo continuado, escaso hasta entonces, ya que anteriormente el agua se traía, en poca cantidad, de la presa del río de Oro junto al arroyo de Farhana.

Depósito de agua

Aunque algunas ocasiones como la apertura de la calle del General Jordana (hoy Teniente Coronel Segur) restó; por aquello de la moda, paseantes al parque, tal como habla sucedido cuando se habilitaron las aceras de la calle Chacel (hoy A venida), éste nunca ha dejado de ser espacio frecuentado por un público heterogéneo que, fiel a su cita diaria con una naturaleza más o menos ordenada, acude reiteradamente a uno de los pocos lugares de la ciudad que aúna tranquilidad y espacios abiertos, tan necesarios y tan escasos en el mundo actual.

Parque Hernández

Podemos creer que en el futuro, tanto como ahora, el parque, admirado por extraños más que por propios, seguirá siendo el pulmón de Melilla, y que nuestros sucesores estarán persuadidos de la necesidad de su permanencia, con el convencimiento de que solamente con él Melilla seguirá siendo Melilla.

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