Publicado por Francisco Saro
Gandarillas en Prensa-3, febrero-marzo y abril-mayo 1983, Cuadernos
de Historia de Melilla, nº 1, 1988, p. 148-154.
Las continuas disputas entre
musulmanes y cristianos a lo largo de quinientos años de transcurrir histórico
melillense no fueron obstáculo ni impedimento para que las relaciones
comerciales entre ambas poblaciones se desarrollaran con una continuidad y una
persistencia que tiene que sorprender a cualquiera que esté medianamente al
cabo de lo que han sido tanto años de discordia
en esta zona norteafricana.
Las peculiares relaciones entre
españoles y marroquíes daban lugar a hechos tan inauditos como el del
comerciante moro que en la luminosa mañana mediterránea llegaba al recinto
español con su insignificante género, dispuesto a sacarle unos miserables maravedíes
en el mercado de la Alafia ,
convenciendo, con la sonrisa en los labios, al escéptico soldado andaluz, de
las excelencias de su mercancía. Se hace difícil creer que este mismo mercader,
de vuelta a su cabila, una vez traspasada la puerta del campo sufría repentina
transformación convirtiéndose en el más furibundo de los enemigos, esperando
con paciencia propia de su raza la ocasión de acabar con la vida de un
cristiano. Embutido en alguno de los ataques que rodeaban el recinto el fiel
creyente pedía a Allah le facilitara una victima con la que tranquilizar su
conciencia. Más de una vez Allah le concedía el favor y una nueva baja se producía
entre la ya escasa guarnición española, quizá el mismo a quien por la mañana
habla vendido parte de su pobre mercancía.
Estas cosas pueden ocurrir cuando
dos modos distintos de entender la vida se ven condenados a convivir mal que
bien en un territorio en disputa. Unos obsesionados con la expulsión del odiado
“rumi”, los otros defendiendo a toda costa
su permanencia en un terreno duramente ganado, y ambos aprovechando las
ocasiones de mutuo beneficio. Tú me das y yo te doy. Después... ¡Allah Akbar!,
que cada uno defienda su parcela.
Aunque pueda parecer difícil de
concebir esta situación se mantuvo, con variaciones y altibajos según las
épocas, hasta bien entrado nuestro siglo (XX), prácticamente hasta terminadas
las campañas de los años veinte.
Desde siempre este característico
intercambio comercial se desarrolló en la Plaza de la Alafia (hoy Plaza de Armas), aunque siempre con
grandes precauciones. Más de una vez el exceso de confianza dio lugar a comprometidas
situaciones resueltas en última instancia gracias al valor de los escasos
defensores.
Durante el siglo XIX el zoco
moruno tuvo diversos emplazamientos; en la Plaza de Armas o la Plaza de los Aljibes; en
otro momento en el foso de los Carneros, y por fin, desde 1860 en el Mantelete,
con prohibición absoluta de penetrar en la Plaza. En ese lugar se mantuvo durante bastantes
años. Al principio lejos de la puerta de San Jorge, después junto al muro X, a
partir de la construcción del mismo desde el año 1875. Tras el paréntesis de la
guerra de Margallo, una vez levantado el viejo mercado cubierto del Mantelete a
finales de siglo, el mercado moruno se estableció en la calle de San Jorge,
junto a aquel. El todas las épocas el toque de Diana marcaba el momento de
apertura de puertas exteriores y el comienzo del zoco diario. El espectáculo
debió tener gran colorido; si juzgamos por los testimonios que nos han dejado
testigos de la época: la confusión, el griterío y las discusiones interminables
eran teatro habitual. En la milenaria miseria del campo fronterizo un maravedí perdido
era acumular más hambre al hambre acumulada.
Después de la campaña de 1893,
algunos de los vendedores del Mantelete pasaron al nuevo barrio del Polígono,
donde se formó un pequeño zoquillo, más o menos donde se sitúa el actual.
Precisamente era en este barrio donde se alojaban buena parte de los
comerciantes marroquíes. Para ellos se habilitó un fondak en la calle de Estopiñán
(hoy Montes Tirado). Fondak típicamente bereber con su patio inferior para
alojamiento de los sufridos jumentos morunos y pilastras de madera sujetando la
parte superior, de madera también, alojamiento de los dueños. No sé si
conservando todas las características básicas de entonces, el corral se ha
mantenido en pie hasta nuestros días, constituyendo en mi opinión, un edificio
a conservar en el futuro por su rareza dentro de la ciudad. En la calle de
Alava (hoy Comandante Haya) hubo también una posada moruna.
Barrio del Polígono, vista general (1894)
Algunos de los que comerciaban en
el Mantelete “aposentaban” sus “utilitarios” de cuatro patas en un
albergue para caballerías que se levantó a fines de siglo al pie del Cerro de
San Lorenzo, en la parte opuesta del matadero, ocultando su miserable
construcción a las miradas profanas de los cristianos. El albergue desapareció
algunos años más tarde al extenderse la ciudad hacia esa zona. Para alojamiento
del personal habla una posada cercana a la puerta de Santa Bárbara, salida del
Mantelete.
También en Ataque Seco, habla una
posada moruna en aquellos días. Entonces era una confusión de cuevas, barracas,
chozas y porquerizas sin reconocimiento oficial, por lo que un establecimiento
de esta especie, de pobre apariencia, podía pasar totalmente desapercibido.
Esta proliferación de posadas nos puede dar una idea del intenso comercio con
las cabilas del entorno, en una época en que la población musulmana de la ciudad
era muy pequeña. El comercio estaba
basado lógicamente en productos del campo, básicamente huevos, verduras
y volátiles, pues otros productos como las pieles, por ejemplo, seguían
trayectorias distintas.
Fuere de San Miguel y Ataque Seco (1909)
El General Fernández, de feliz
memoria, se empeñó en levantar un zoco-fondak de mayor envergadura que los
desorganizados zoquillos del momento. Un zoco que aglutinara todo el comercio
zonal hasta el Sur de Marruecos. Su idea era construirlo en las cercanías del río
de Oro con desembarcadero propio. Pero el proyecto fue desechado, no sé si por
la influencia de Cándido Lobera, que no era partidario de este tipo de mercados
internos a los que consideraba inútiles.
Un año más tarde, el General
Segura volvió a recoger el proyecto, que llegó incluso a realizarse sobre el
papel por Francisco Orozco, el constructor del cuartel de la Guardia Civil , de
los pabellones de Santiago, del Buen Acuerdo y los polémicos pabellones que
llevaron su nombre hasta que el General García-Aldave (padre), los convirtió en
Comandancia.
General en 1912. La idea quedó en
nada, quizá por el poco tiempo de que dispuso el General Segura, quien sólo
pudo levantar, como obra perdurable, el barrio Obrero (hoy Concepción Arenal).
En el proyecto del Sr. Orozco, como idea innovadora había también una mezquita para
que no faltara nada al elemento musulmán y pudiera encontrarse a sus anchas en
la ciudad. Sin embargo, intentar hacer una mezquita cuando la Iglesia del Llano (hoy del
Sagrado Corazón) estaba sin terminar, era más de lo que el melillense estaba
dispuesto a soportar.
Tendría que ser un militar
emprendedor y voluntarioso, el general Chacel, quien pusiera en marcha el
proyecto definitivo de zoco-fondak, logrando que el Ministerio de Fomento se
interesara en la empresa. Aún cuando, como luego veremos, con este proyecto se
equivocó por completo, este general ha sido uno de los presidentes de la Junta de Arbitrios que mayor
huella han dejado en la ciudad. Impulsor de la construcción del barrio de Reina
Victoria, (hoy centro) fue el verdadero creador de la Melilla moderna, aún
cuando su estancia en la plaza apenas sobrepasó el año.
Llegado el general Chacel a la
ciudad en abril de 1906, cuatro meses más tarde ya estaba terminado el proyecto
de reglamento para el zoco. La construcción
de éste había alentado las expectativas de hacer de Melilla un gran
centro comercial que aglutinara todo el comercio del norte mogrebí de Uxda a
Taza prolongándose por el sur hasta el Figuig y Tafilat. Melilla, con un gran
puerto en construcción, único en cientos de millas a derecha e izquierda, podía
canalizar todas las corrientes comerciales de Sur a Norte y de Norte a Sur
hasta el momento desperdigadas por rutas divergentes y de las que sólo una
parte llegaba hasta la plaza.
La ocasión parecía ser de oro. El
Roghi, pintoresco aspirante al trono marroquí conservaba bajo su mano un
territorio extenso en el que, por las buenas o por las malas, su autoridad se
hada sentir, y al mismo tiempo, su pretendida amistad hacia los españoles
garantizaba un comercio teórico que en otro caso se hubiera hecho cuanto menos
problemático.
Fue precisamente su
autodenominado “Jefe de
Estado Mayor”, Gabriel Delbrel, quien dio a las autoridades españolas una
idea de lo que habla de ser este zoco. Este curioso personaje era el único europeo
que en los primeros años del siglo se permitía pasear por las cabilas aledañas
sin que peligrara su cabeza. Aventurero surgido de no se sabe donde, parece ser
que estuvo parte de su vida en Argelia, de donde le venia su conocimiento de
las gentes y costumbres musulmanas. Se dijo de él que era un enviado de Francia
con el objeto de estudiar la penetración comercial francesa en la zona y algo
de ello debla ser cierro. A los oficiales españoles sentaba como un tiro el
convivir con aquel tipo petulante y en alguna ocasión le fue prohibida la
entrada en Melilla. Pero era el único europeo que conocía el terreno palmo a
palmo y no hubo más remedio que recurrir a él durante varios años para
conseguir información sobre la zona. La descripción de ésta en un libro que
publicó en aquella época sirvió de pauta para la penetración en el territorio
al establecerse el Protectorado. Gabriel Delbrel falleció en Sebt, cerca de
Segangan, en 1917 siendo empleado de la Jefatura de Asuntos Indígenas.
Es este raro personaje, caldo en
desgracia con el Roghi en ese mismo año de 1906 por razones no muy claras,
quien hizo el primer croquis de lo que habla de ser el zoco, basándose en su
conocimiento de los zocos argelo-marroquíes. Sobre este esbozo, el ingeniero de
la Junta de Arbitrios
capitán de Ingenieros D. Eusebio Redondo hizo el proyecto definitivo. A finales
del año comenzaba la explanación del terreno a medio camino entre el barrio de
Triana y la posada del Cabo Moreno.
Una vez más Cándido Lobera dio su
opinión desfavorable sobre el proyecto, acertando por completo en su
predicción. El zoco, que pretendía ser esencialmente ganadero, fue desdeñado
por los cabileños desde el primer momento. Los altos aranceles de entrada a Melilla
por un lado y la imposibilidad de exportar los productos a España, por otro se
unieron al ya tradicional recelo indígena hacia estos parajes y a las
facilidades dadas por los franceses en su zona (Uxda-Tlemcen-Marnia) para dejar
tocado de un ala antes de nacer el ambicioso proyecto. El almacén de cereales,
levantado en las faldas de San Lorenzo con la idea equivocada de que los
cabileños traerían sus cosechas a Melilla, fue otro de los proyectos inútiles
puesto en marcha con mayor cantidad de voluntarismo
que eficacia.
El zoco fue terminado. Comenzado
a levantar después de algunas dudas y vacilaciones en enero de 1908, se
terminaba año y medio más tarde.
Admitía 240 reses vacunas, 80 cabezas de equinos, 1, 700 de ganado lanar y
contaba con una amplia explanada para camellos. Tenia previstos 20 puestos en
zoquillo de verduras, café moruno y fondak para alojamiento de personal.
Ni una sola vez se empleó en su
cometido primario. Fatalmente, al poco
de su terminación, comenzó la primera campaña del Rif rematando definitivamente
un proyecto que habla nacido moribundo. Llegadas las primeras expediciones de
tropas hubo que alojarlas donde se pudo y dentro de las escasas posibilidades
de acuartelamiento en la plaza el zoco reunía las características de poder
alojar personal y ganado en una zona relativamente próxima al lugar de los
acontecimientos. El batallón de Figueras de la 1ª Brigada Mixta de Cazadores,
aquella brigada mandada por el infortunado general Pintos, muerto en la acción
del Barranco del Lobo, fue la primera unidad militar alojada en el zoco. Solicitado
por Guerra al Ministerio de Fomento, fue recibido el 7 de agosto de 1909 permaneciendo
en manos militares hasta nuestros días, siendo hoy un alojamiento de la Policía Militar y
Mayoría de Intendencia. Durante las campañas fue también hospital, cuartel de
Ingenieros y Maestranza de Artillería. En 1.910 la Junta de Arbitrios pretendió
instalar en él el mercado para los barrios del Real e Hipódromo pero la idea
fue abandonada.
Uno de los espectáculos más
curiosos de la Melilla
antigua debió ser la salida y llegada de trabajadores marroquíes para los
trabajos de recolección en Argelia. Espectáculo variopinto y, a su vez,
peligroso. En una época en que las enfermedades infecciosas hacían estragos en
parte de la población melillense -precisamente la más desnutrida y la que vivía
en precarias condiciones de alojamiento que era el 70% de ella-, la llegada al
puerto de marroquíes procedentes de Orán, en pleno mes de julio, añadía un nuevo peligro a las difíciles
condiciones sanitarias de la ciudad. Portadores del “piojo verde”, el maléfico difusor del tifus exantemático debían
ser desinfectados y cuidadosamente controlados por las autoridades sanitarias
para evitar peligrosas infecciones.
Para su alojamiento lejos de las
aglomeraciones urbanas, alguien tuvo la desdichada idea de levantarles un
fondak al pie de la
Florentina , cercano a los muelles de Ribera. La obra corrió a
cargo de constructores musulmanes quienes desde siempre se distinguieron por su
poca habilidad para este tipo de
trabajos. A fines de junio de 1920 estaba acabada. Tenia aspecto típicamente bereber:
muros inclinados y alabeados que amenazaban desplomarse, puertas desiguales y
desencajadas, ventanucos microscópicos para evitar el “maléfico” aire puro, apestosa corraliza para el famélico ganado e
incluso bardales espontáneos para que los usuarios olvidaran que se encontraban
en una ciudad civilizada y no en medio del campo cabileño. Una obra así, verdadera vergüenza para
una ciudad que se titulaba “capital
cultural del Norte de África” no podía durar mucho. Posiblemente se hubiera desplomado por si
mismo a poco que se la hubiera dejado estar pero la piqueta municipal se
adelantó a los acontecimientos y, en diciembre siguiente, apenas cinco meses
más tarde era derribada con todos los honores.
Zoco de Reina Regente
El último intento de zoco (que yo
sepa) oficialmente establecido y municipalmente protegido se hizo un año más
tarde. Para evitar las venganzas del personal cristiano soliviantado por el
desastre militar de unos días antes, el 12 de agosto de 1921 dispuso la
autoridad que el peculiar comercio diario hispanomarroquí se hiciera en las
afueras de _la ciudad. Se escogió un terreno en las cercanías de Reina Regente
fundándose un zoco cuya vida fue bastante corta, pues dos años más tarde era
suprimido por el general Echagüe. En su lugar se levantarla un infame barrio de
casuchas y barracas que Cándido Lobera llamó, imitando el nombre de otro barrio
de la ciudad, el “barrio del Mal Acuerdo”
por las inhumanas condiciones de vida de los que en él se alojaban, barrio que
se llamó precisamente “del Zoco”
hasta que en 1932 se le puso el nombre de Hernán Cortés que ha conservado hasta
hoy.
Esta es una síntesis de los zocos
y fondaks que hubo en Melilla, establecimiento que si bien no perduraron no
cabe duda de que debieron dar una nota de color a la ya colorida vida del
melillense de antaño.
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